O en la escuela me enseñaron mal o el mundo se ha equivocado I

(republicación)

Buscando laburo como quien pide limosna, como puta vieja y gorda en busca de un polvo pasado de copas, deambulaba por la ciudad cada vez mas fría sin darme cuenta que, de poquito a poco, me iba abrazando la noche.
Una chacarera llegaba a mis oídos mezclada con el tango de vereda que tira caña a los turistas de la calle florida. El cigarrillo triste otra vez temblando en mi mano, por no querer que aparezca la lágrima, por no querer que caiga en un suelo que no la merece. Buscaba una razón para no hacerlo…una razón. Pero no encontré ninguna y me emborraché. Era un bar de gentes apretadas, un bar de moda supongo, de esos del centro, un bar de esos a los cuales yo nunca antes había concurrido. La gente pasaba, pesada, gorda, flaca, liviana, pasaba. Ambos sexos, diversidad de razas y de edades, algunos hablando incluso en idiomas extranjeros, ninguno se percataba de mi presencia… y yo que canté “fantasma de canterville” con Charly García y Nito Mestre… una sonrisa, casi una mueca pude sentir en mis labios con este recuerdo. En los pooles de mi barrio, se llamaba “el gallego de la barra”, en los boliches, “barman”… pero este se llamaba “bartender” y sigo sin entender que carajo tenia que ver un “tender” en todo aquello. Bueno, la cuestión es que el tipo, cuyo trabajo no consistía en colgarse calzones, me ofrecía una nueva cerveza cada diez minutos; oferta que no podía resistir y tomaba una tras otra en su orden de llegada. En un momento, la “hora pija” (“japi awer” que le dicen en inglés), pedía una mas y me daban dos. En el medio de aquel “que se yo”, donde el local se veía a través de mis ojos como canal porno sin decodificar, no sin algún tropezón logré llegar al baño, maldiciendo la puta costumbre que tiene uno de mirarse al espejo… ¿por qué?… si lo único que quería era echarme un meo, me tuve que mirar en el espejo. Que cosa fea mirarse al espejo cuando uno anda borracho, no hay peor remedio que cure la alegría de un par de tragos de mas que la infelicidad reflejada en el rostro del vidrio maligno, ese acto instintivo de mirarse la punta roja y payasesca de la nariz, volviendo a encontrarse, encima, visco en el espejo… y no lo rompí. Pero me di cuenta rápidamente, en pos de salvaguardar los restos en ruinas de mi integridad, que debía salir urgentemente de allí.
Volví a caminar las calles de mi ciudad, esa ciudad que me vio crecer… que en realidad no me vio ni mierda. La ciudad en la que crecí, fui niño y con flores en la mano, fui a leerle a la salida del colegio mi primer poema a mi primer amor… y me enamoré; fui adolescente, guitarra en mano y de la mano del ferné me fui agarrando los primeros pedos… y supe que no haría de la canción mi juventud; fui joven, si bien tuve que aprender a cocinar la vida era boliche, conocí entonces el desamor; fui cheto y me ligué una cachetada; rockero y ligué mas de una trompada; salvaje y me volví a enamorar; universitario, otra vez mucho boliche; tuve mi primer trabajo, el segundo, el tercero y me aburrí de trabajar, tuve mis primeros mangos y me los gasté; me recibí diplomado, busque laburo “de lo mió” y me enamoré otra vez; de lo mió me fué para atrás y otra vez me desenamore; como quien no quiere la cosa, un día me casé, otro día tuve un hijo, otro conocí el desempleo, con el la desesperación que nunca antes había conocido; pero mucho antes de quedarme otra vez sin plata ya me había dado cuenta que en mis alforjas no me quedaba mucho de los ideales que alguna vez atesoré; mas que recuperar la plata quise recuperar, por el pibe justamente, alguno de estos sueños que dieron motivo a mi nacer; la ciudad no me vio realmente, pero todo esto lo viví entre esas calles, al punto que alguna calle puedo decir que me desayuné, pero esa es otra historia. Volví a caminar- decía- por las calles de mi ciudad, pero mas que un cuadro de cemento parecía un flan de chocolate, así que fui a parar a una plaza donde me tiré con la inocente intención de mirar las estrellas. Y las vi.
Que feo el despertar, la boca amarga, el dolor de cabeza, darme cuenta que había pasado la noche en una sucia plazoleta y la suerte de llegar a casa antes que amanezca mi mujer. Otra vez mi mano y los cigarrillos, esta vez con café. Revisar los mails en la computadora, para revisar algo diferente a mi comportamiento del día anterior. Hola mi amor, hola bebe y un nuevo día que comienza en la ventana con la esperanza aparejada, al hecho en si del amanecer, de que todo se va a solucionar. Me fui a dormir. …”amor que no da nada no es mas que puro capricho”… y otra…”somos todos amigos pero el poncho no aparece”… así volví a recordar mi primer frase celebre, que decía – celebre- “O en la escuela me enseñaron mal o el mundo se ha equivocado”.
Me levanté entrada la tarde y me encontré preparando una mamadera, me detuve cada momento, cada secuencia como el fotograma de una película, a contemplar ese acto que mi cuerpo realizaba con tanta naturalidad pero que mi mente no había terminado de procesar. Me juré a mi mismo una matanza vengadora de un ajeno que por suerte no llegue a cometer. Pero que sirvió para darme cuenta de que ciertas cosas tenían que indefectiblemente empezar a cambiar. Tiré dos monedas mas a la fuente y realicé mi último intento por no creer en los caprichos. Supe entonces, que había muchas cosas importantes que no lo eran realmente; el gallo, que es un ave tan soberbia, no puede volar y el gorrión… el gorrión era yo.

Aldo Baccaro- 2005

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