La espera en lo inerte.


Transitan las horas sobre mi cuerpo y, como dice la canción, lo inerte es lo real. Afuera de mi ventana el mundo anda aún más lento.  Pareciera que la gente en la vereda hubiera detenido su andar. Las vías del tren parecen fías, calladas. Solo el cielo empieza a oscurecer en esta tarde que se rinde temprano. El cielo parece el único apurado. O quizás esté cansado, aburrido, igual que yo, igual que el perro que no ha ladrado en todo el día.

De pronto, el tren llega a la estación.  Sin embargo, esta tarde sigue siendo una enorme sala de espera. Interrumpida, pobremente por el ruido de una mosca que no quiere quedarse ni retirarse de la escena. Una sala de espera como domingo sin misa. De espera de mañana. De aquello que vendrá desde lo desconocido. Una triste espera en la inercia por el movimiento. La mosca insiste, que mejor para hacer en la espera que quejarse de las moscas. Se retira, pero vuelve, se queda en el limite de lo real y lo inerte, para no pasar inadvertida, pero tampoco molestar intencionalmente.

Sin tener nada mejor que hacer, todo se torna postergable. No sé el por qué, pero así es... en un rato, un ratito más, quizás mejor mañana. Hasta que la urgencia de lo impostergable llega demasiado tarde y me sorprende. Entonces, por lo menos tengo un problema. Uno real. Uno tangente, tajante, uno que se ha robado la espera. Para prevenirlo invento rutinas que jamás cumpliré. Planifico proyectos que jamás sobrevivirán a su proyección. Y me aburro, con un grado de aburrimiento que empieza a tornarse adictivo, de hambre voraz. Su hambre sobre el mío. Vuelve, convierte, ese hambre, a todo en desierto, o lo descubre.

La sala de espera, hecha vida, escrita en la superación por superposición de puntos suspensivos...

Aldo Baccaro.

Temita para el final. :

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Mas allá de la frontera del sol

Itau- Movistar Master Card curro

10 años