Camila

Camila era una joven contadora. Nunca supo realmente por qué quiso ser contadora. Supuso que porque su padre era abogado y había que llevarle la contra. Con su padre- El Dr. Lopez & Asociados- la unía esa única relación; donde a pesar del antagonismo compartían sus días, ya que le llevaba los asuntos contables del estudio. Ella era más bien mamera, ambas habían generado una relación de amor-odio con su padre de la que solo expresaban el odio. Pero no podía haber otro motivo que el amor, tanto para haber inspirado ese odio, como para que no lo abandonaran a su suerte de una vez por todas. Es cierto que el Dr. pagaba los lujosos gastos de ambas empleadas; incluidos viajes, la casa del country, los autos, la ropa, alguna lipo,  los resúmenes de las tarjetas de crédito, etc. etc. Pero no hay nada que un buen juicio de divorcio, que también pagaría él, no pudiera lograr... no, no era ni el dinero ni el temor, en el fondo lo querían, así boludón como se mostraba en medias y chancletas por la casa. 

Esa relación de amor- odio la ofuscaba, la lastimaba,  pero era parte de su vida. Una vida de la que no estaba muy segura haber elegido el camino, pero que caminaba. El motivo de sus ojos tristes era otro, uno que aún ella no podía descubrir. Algo tenía que ver ese maldito escritorio, los papeles, la ventana de la oficina que siquiera mostraba paisaje alguno más que la ventana de la aún más sombría oficina de atrás. Los empleados públicos y aquellas oficinas abarrotadas de más y más papeles... la burocracia que le resultaba tan mediocre a pesar de contribuir a la causa. Algo tenía que ver todo aquello, alejada de sus pasiones por la moda, el teatro, la música, que solo tocaba de espectadora en sus momentos de ocio. Algo tenía que ver incluso en su cuota de resignación, suponía que la de cualquiera, de que así era la vida al final de cuentas; pero no era eso, no del todo, lo que le hacía pesar el alma por las tardes. Era claro que aquella cuota de resignación se enfocaba en una supuesta estabilidad. El miedo a los cambios, el miedo a que todo se desmorone era superior a cualquier sueño que podía tener... aunque aquello a desmoronarse no fuera producto de una verdadera construcción personal. Le aterraba perder aquella vida de la que no estaba tan segura de querer vivir, pero que le permitía por momentos jugar en pequeñas cuotas a la que sí. Sin dudas ella, como muchas jóvenes de su edad, soñaba con ser la protagonista de la famosa serie Sex And The City; Solo que en vez de la versión escritora le salía la versión contadora. No habría habido forma de culparla: "rubia, sexy, glamorosa, exitosa, con amigas siempre dispuestas a salir corriendo por ella y que compartía esos pequeños gustos caros de salones de belleza y salidas de compras de zapatos que ningún hombre que se jacte de serlo podría entender jamás". Pero una vez saciado su apetito de shoping and chocolats, sentía aún, en el fondo de su alma, un vacío inexplicable. Uno que no llenaba siquiera el Latte de la cadena Starbucks Coffe. 

En esas pequeñas cuotas que le regalaba la estabilidad de manejar de forma ducha la burocracia, se embarcó en varios proyectos con el único objetivo del recreo. No es que quisiera escapar de su rutina, no realmente, solo tomarse unos recreos que le permitieran aguantar aquella vida. Probó con el gimnasio y las clases de spining, por momentos rosó la libertad en algún punto de aquella hora de pedaleo, sudor y cuestas imaginarias; de paso, formó una cola impresionante y resaltó aún más las lineas de sus hermosas piernas- su orgullo- según sus propias palabras. También probó tomar clases de teatro, donde inconscientemente esperaba involucrarse en alguna pasional historia de amor con su profesor o algún bohemio compañero, pero nada de eso pasó. Clases de música, ese profesor si que le tiró los galgos, pero resultó ser un nabo total. La verdad, que de todas esas clases de escapes urbanos y cotidianos, lo único que funcionaba eran las visitas semanales a su peluquero- lástima que gay- y sus salidas de shoping, que le daban un respiro tan efímero como llegar al fondo del Latte ya mencionado, pero de igual efecto placebo. 

Hubo un proyecto que realmente la embarcó con ganas. Una de sus tantas tareas en el estudio de su padre, era administrar las varias propiedades que, como inversión, compraba el Dr. cada vez que ganaba un buen caso. Un inquilino dejaba una pequeña propiedad, depto dos ambientes, cerca de su casa y era la- su-  oportunidad. Ya hacía rato que venía siendo hora de dejar el nido. No creía poder hacerlo, las cosas en su "familia" la tenían más que nunca atada a su madre; por otro lado, el maldito miedo se presentaba de tal forma que había llegado al punto de tener miedo de tener miedo. No, no podría, o si, ya vería.  El proyecto en el que se embarcó de momento era en el de reciclar y decorar el departamento a su antojo, y ojo... que tenía buen ojo. Con sus propios ahorros- aunque estos solo fueran posibles porque el Dr. pagaba todo lo demás y aunque no venga al caso- empezaría, semana a semana, mes a mes y así le llevara un año, a dejar ese departamento como lo soñaba. Así fue,  como un juego por momentos y muy en serio por otros, todos los fines de semana se encerraba en ese departamento a lijar, pintar, decorar, medir, re decorar y cada segundo que tenía libre lo ocupaba buscando muebles y artículos por internet a fin de irle incorporando los accesorios correctos, algunos incluso a talla. Tuvo momentos de tensión, dónde se preguntaba el para qué hacía todo eso ¿reálmente se animaría a mudarse sola una vez terminado? no importaba, lo que importaba era que  mantenía su cabeza ocupada en algo que le hacía bien; más que ir a la psicóloga claro. Hasta tomado como una especie de terapia y suponiendo que nunca fuera a vivir allí ese proyecto le daba la paz que necesitaba. Tal es así, que dos o tres veces jugó a Penélope tejiendo y destejiendo para no terminar la pieza. Pero finalmente terminó. 

La mudanza definitiva no fue un proceso sencillo. Comenzó con quedarse a dormir alguna noche que la ayuda de sus amigas en su empresa de reciclado y decoración terminaba en pizzas. Luego, a pasar algunas horas de visita entre su trabajo y su casa, la casa de su hermana, las no idas al country con la familia, otra  juntada con las chicas y de paso mostrar la nueva adquisición para el baño. Empezó lentamente, muy lentamente, a dejar ropa, utensilios, pequeñas  de sus cosas, casi por olvido muchas de estas veces,  hasta que finalmente empezó a pasar algunas noches sin otra excusa que pasarlas allí. Y algunas más. Y siempre podría ir a dormir a la casa de su madre cada vez que haya tormenta, o cada vez que quisiera; o a la de su hermana si su cuñado no se ponía muy denso. Así pasó, así fue, casi sin querer queriendo, sabiendo, pero sin querer saber.  Comprendió algo mientras tanto,  ella que era la más mimada de la familia, la más querida, la que temía más que nada en el mundo estar sola... había estado sola toda la vida. No se sentía más sola en aquel departamento que en la casa del country, ni en la de los tíos, ni en la de la abuela, ni en la de la hermana... si, quizás, un poco más aburrida, pero últimamente también la aburría la compañía innecesaria y había logrado un rincón para refugiarse a su verdadero antojo. Hasta se estaba acostumbrando a ese lugar de manera que ya no era precisamente el lugar donde estaba de visita. Era ¡Su! lugar. El que, por más ayuda, no hubiera podido construir de otra manera, ni con, ni para otra persona que ella misma. 

Ese espacio, mitad hogar, mitad bunker, sin dudas suyo,  la ayudó a encontrarse al punto de cambiar otros aspectos de su vida cotidiana, en el trabajo, en la calle, en sus propios sueños y ni hablar en sus temores, en su parada ante la vida. Pero así y todo,  y quizás más entonces, volvió a notar- sentir-  que algo le faltaba, eso que de momento había olvidado, eso en lo que durante mucho tiempo había intentado casi con éxito no pensar... el amor. Había escapado durante tanto tiempo al amor, con mayor éxito sin dudas que las pocas veces que había intentado no hacerlo. ¿Por qué  se le ocurría pensar entonces en el amor? ¿Sería que ya se sentía preparada? no realmente. ¿Se había convertido ya en la mujer que esperaba? ella no podría decirlo, aunque notaba ciertos signos de admiración esperados en ese sentido por parte de sus familiares y amistades más intimas. No; definitivamente no quería pensar en el amor. Si hasta quizás fuera otra explicación o al menos una excusa más de su supuesta vocación por la burocracia. Pensar en el amor era algo que la había hecho sufrir desde niña, pasando por su adolescencia, el amor no. El amor representaba volver a temer. Volver a complicarse la vida. El amor siempre terminaba mal  El amor siempre significaba sacrificarlo todo.  Sin embargo... ahí estaba la idea. 

Un viaje aclararía sus pensamientos. Aunque al volver a la rutina de oficina debiera taparse de papeles por varios motivos, entre ellos dejar ese viaje en un cajón de recuerdos donde también guardaba algunos sueños viejos. ¿Cuáles eran sus sueños entonces que ya no soñaba con amor? ni ella lo sabía, había estado ocupada quizás hasta soñando con otras cosas más reales, más posibles. El amor no era posible. Pero ahí estaba la idea. Hinchándole los ovarios. Si algo le habían dejado sus aventuradas incursiones en ese plano, era que siempre lo había usado cómo excusa, 1- porque había que probarlo, 2- porque necesitaba salir de vez en cuando de la rutina de escaparle. Por esa misma razón, jamás le habían gustado los chicos de su entorno, nada la aburría más que un abogado o un contador, que un empleado administrativo, nada le resultaba menos atractivo que la corbata y el sueter escote en V, ni en azul, ni en gris  ni en verde irlandés; y ni hablar en su adolescencia pensar en otro nerd como ella.  Siempre le habían gustado los zaparrastrosos, con facha de artistas, algo sucios aunque los tuviera que hacer bañar, desprolijos al fin y al cabo. Siempre le había atraído como cualidad masculina la rebeldía a todo aquello a lo que ella no se rebelaba. Pero ya no. Se sorprendió a si misma descubriendo que aunque no pudiera evitar pensar en el amor no le sería fácil encontrar candidato. De hecho, cada vez que la atraía un flaco, si no  resultaba ser un boludón bárbaro, tampoco cumplía con la menor de sus expectativas. ¿Había estado alguna vez enamorada? Se recordaba llorando en el baño del colegio secundario por algún pretendido que la había lastimado; pero si había estado alguna vez enamorada ahora no sabía con sinceridad cómo había sido aquello posible. Estar enamorada... 

Dejó entonces de temerle al amor, un poco porque no había con quién, otro poco porque era un sentimiento que ya le resultaba lejano. En los ratos libres salía con amigas y no huía, ya sin miedo, a ningún histeriquéo con el sexo opuesto. Por el contrario, lo disfrutaba. Pero ningún pretendiente llegaría a pisar su rincón, al menos no sin terceros en cuestión. Más de una vez le había dicho a su amiga Valeria que le gustaba el cantante de una banda de rock al punto de que lo partiría al medio sin consentimiento ni bien tuviera la oportunidad, y con esa excusa lograba que ella la acompañara a los recitales, pero en el fondo sabía que eso no era cierto. Estaba bien así. ¿Por qué habría que estar enamorada entonces? La sonrisa se apoderaba de su rostro cada vez que se convencía de esta última idea. Aunque fuera por la primaria convicción de que no le quedaba otra. Ella nunca había soñado con tener una familia, no importaba el por qué de su analista, nunca lo había querido realmente, ni la casa, ni el marido al cual prepararle la comida mientras mira partidos de fútbol a los gritos en el sillón, siquiera necesitaba de esa famosa compañia de no estar sola. Toda ansiedad al respecto la saciaba de sobra con sus roles de tía, madrina, hermana, hija, amiga, sobrina... uff, si hasta no le quedaba tiempo para nada más algunas veces. Ya con eso era suficiente. 

Sin miedo ni deseo alguno por el amor, viviendo la vida que siempre había querido vivir, tal era así que incluso se parecía definitivamente a aquel personaje de su serie favorita, lo había logrado. Camila era feliz. F E L I Z. Hasta que una noche, como así,  se despertó aturdida. Le recordó aquellas tantas noches en las que se despertaba aturdida hacía ya tanto tiempo atrás. Si había tenido una pesadilla había sido terrible, aunque no la recordaba, no con exactitud. Algunas imágenes borrosas se le presentaban como recuerdos del sueño que podría haber tenido, pero eran confusas, difusas... y, al contrario de aquellas veces en el pasado, no tenía miedo, si estupor, pero no era miedo. Algo se le presentaba en forma de angustia, pero siquiera era angustia, aunque eso que la había despertado no la dejaba volver a dormirse. Dió vueltas en la cama sin querer darse por vencida. Hasta que se levantó y prendió la notebook, abrió el facebook, comentó algunas fotos, surfeó por algunas páginas de moda y decoración, pensó en escribir. Era algo que hacía de tanto en tanto escribir. Pero no se le ocurrió nada. Si se preparaba un café, el desvelo le ganaría del todo, se preparó entonces un té de vainilla con leche.  ¿Que era lo que la desvelaba? no tenía la menor idea, pero un apenas sensible eco en su interior le hacía parecer que al fin de cuentas si faltaba algo en su vida. "La puta madre"-se dijo en voz baja- "dejate de joder Camila, otra vez con ese sentimiento de falta, de insatisfacción". Pensó inmediatamente en aquella fantasía de apretar su cabeza fuertemente contra el pecho de su pareja. Pero no. Recordó con nostalgia cuando hacía lo mismo pero en el pecho de su madre. Tampoco. No era eso lo que le faltaba en aquel momento. Estaba convencida de que no. De hecho... amaba dormir sola y hecha bolita bajo dos capas de frazadas. ¿Que era? sin descubrirlo, al rato, se volvió a quedar dormida. 

Al día siguiente se despertó sin problemas, a pesar de sus propios pronósticos en medio del desvelo. Desayunó, se bañó, se cambió y salió a la calle no sin antes volver a mirarse en el espejo y encontrarse atractiva. Recordaba perfectamente lo ocurrido en la noche, pero no la perturbaba en lo más mínimo. Trabajó como todos los días, no fue aquel día para nada distinto al anterior. Al salir quedó con unas amigas que hacía rato no veía en un pub de recoleta. Se encontró con ellas, se divirtió, bebió un par de cervezas y se dejó seducir casi como un juego por uno del grupo de muchachos que se había acercado a cortejar al grupo de amigas. Vale destacar que el pibe estaba muy fuerte antes de señalar que, sea por eso o por las cervezas, ella se sorprendió al sentirse de veraz excitada. La humedad entre sus piernas la hizo ruborizar, lo disimuló como pudo. No se animó a ir a ningún lado con el pibe esa noche, pero intercambiaron pines de Blackberry y quedaron de verse en algún momento. 

Al llegar a su casa se metió de lleno y de una en la cama,  no tuvo sobresalto alguno hasta el amanecer. Durmió como un bebé, o como una lechona, como una cachorrita. Ya era la tarde cuando la alerta de un mensaje de Whatsapp la sorprendió pensando en él y abstraída de la liquidación de haberes que hacía rato debía haber terminado. Era su amiga María Inés, que le preguntaba justamente por el chico. Se llamaba Alejandro, abogado, pero aficionado al teatro, escritor por hobby, jugador de Rugby pero solo por hacer algo con amigos... y qué espalda papito. Buen besador, atenti, y para nada zarpado. Sencillo, pero no tanto, fachero sin dudas... si, mucha facha. Le gustaba, había captado su atención, su interés y un poquito más también. No había pasado nada. No aún. La había acompañado hasta el auto, la había besado una vez más antes de subir, pero no había insistido con nada más. A ella le encantó ese gesto. Un hombre respetuoso, atento. Todavía no la había llamado, así que tampoco pasaría nada esa tarde, ni esa noche, ni al día siguiente. Pero pasaría. Sin lugar a dudas que pasaría. 


Aldo Javier Baccaro. 

Comentarios

Unknown dijo…
Felicitaciones Lic. Me gustó :)
Abrazo.
Coco.
Licrock dijo…
Gracias Coco!

Entradas más populares de este blog

Mas allá de la frontera del sol

Itau- Movistar Master Card curro

10 años