LA PARADA

Uno de los cuentos de "En la escuela me enseñaron mal o el mundo se equivocó".


LA PARADA:

El chueco Salas pasaba el cigarrillo tristemente entre sus dedos de la mano derecha, intentando inútilmente resistirse a encenderlo. La garúa finita y helada caía entre las luces de la calle para no dejarle salir de aquel bar. Él, parado en el umbral de la puerta, contemplaba a aquella mujer mojada y tiritando en la parada de colectivos.  Su pelo rojizo, el de ella,  goteaba sobre su abrigo. Sus manos pretendían ocultarlo, pero la solapa no llegaba a esconder el agua entre su cuello y el escote.  La boca, labios carnosos que debían ser muy fogosos en la intimidad,  dejaba escapar suspiros cortos. La nariz delataba que tenia frío y él pagaría en aquel instante por verle erizada la piel alrededor de los pezones.  Sus ojos eran verdes, muy profundos, le miraron solo un instante, luego bajó la cabeza, no supo si en un acto de vergüenza o si fue de miedo.
El Chueco no dejó un segundo de mirarla. Hasta que se dispuso por fin a cruzar de vereda.  Llegó a su lado. Con un "buenas noches", la voz ronca,  la sorprendió apretando aun más el cuello del tapado. Posó su mano tiernamente sobre el costado derecho  del rosto de ella y sintió como la humedad le daba mayor suavidad a su maravillosa piel.  Inmediatamente besó sus labios con fuerza, como con  furia. No supo por qué. Con su otra mano  encontró por fin aquello que su ropa no dejaba ver.  Sintió algo de pena. Ella lo abrazó suavemente, lo miró con los ojos llenos de lágrimas,  como quién pide clemencia,  como si supiera lo que iba a ocurrir, resignada.
La mano del Chueco Salas se deslizó desde los senos y en una caricia se dirigió mucho mas abajo hasta la entre pierna,  húmeda, cálida, donde encontró y  sacó él primero un arma cargada. No era el autobús lo que ella esperaba bajo la llovizna, pero él la había estado esperando  a ella.  La sangre le corrió lenta por el escote recién abierto y él quiso volver a besarla, sentir su perfume nuevamente bajo su lencería. Ella murió en el acto, lo que duró su último suspiro en salir de sus labios. El la besó. Cerró dulcemente sus ojos.  La dejó caer sobre la acera.
El Chueco Salas caminó  por dos horas, bajo una lluvia ya pronunciada, hasta llegar a su departamento, con el deseo de tenerla, con el recuerdo de matarla.
ALDO BACCARO.

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