AQUELLA BELLA DAMA PARADA EN EL UMBRAL DE AQUELLA BELLA CASA:


Otro de los cuentos de "En la escuela me enseñaron mal o el mundo se equivocó"

AQUELLA BELLA DAMA PARADA EN EL UMBRAL DE AQUELLA BELLA CASA:

Mario tomaba siempre el mismo camino al volver a casa, no sabía con exactitud, tampoco se lo preguntaba realmente, si era el mas cómodo, el mas rápido o el mas corto de los caminos, pero volver por ahí implicaba pasar todos los días por la misma calle, la misma cuadra, la misma casa, ver todos los días aquella mujer parada en la puerta, expectante, sonriente, radiante, hermosa, Carla. Todos los días al pasar por ahí, el mismo sueño se daba rienda suelta en su imaginación. Tanto, que las imágenes se le presentaban ya en forma de recuerdo, como si repitiese todos los días la misma secuencia de algún día vivido en una realidad paralela. Una especie de  deja vu.
Imaginaba aquella como su casa de retorno, como si nunca hubiera existido aquel solitario destino en el monoambiente del primer piso al final del camino, su casa era aquella por la que todos los días pasaba. Imaginaba estacionar su automóvil sin mucha pericia sobre la acera, descender del vehículo sin quitar la vista de aquellos ojos bonitos, pasar a su lado y posar su mano derecha sobre aquella mejilla izquierda, al mismo momento de besar aquella otra mejilla derecha muy suavemente, pero de manera intensa; resistiendo casi, apenas, a tomarte de las caderas y estrechar su alma contra el marco de la puerta. Luego entraría y, mientras ella cerrase lentamente la puerta, iría directo a preparar un baño para dos. Se desvestiría sin prisa, mientras dejase correr el agua y se escuchasen los pasos de ella subir lentamente la escalera. Ella le ofrecería un trago y el comenzaría a quitarle la ropa siempre lentamente. Todo en cámara lenta. Besaría su cuello mientras un “te quiero” de ella suspirase en su  oído. Abrazo, si, ha de haber un abrazo antes de sumergirse  en el agua. Ella lavaría su cuerpo, el lavaría el cuerpo de ella. La esponja pasaría saturada de jabón, de espuma, blanca,  una y otra vez por el cuerpo de ambos mientras el agua llenase de vida una tarde de amor.
Una copa de vino sobre la mano extendida de Carla sería la chispa adecuada para encontrar el condimento perfecto sobre la carne que Mario pondría cocinar en un fuego tan lento como esa pasión, esperando que esa lentitud retrasase el momento nunca vivido, aquel despertar sin eso. No harían falta las palabras, en absoluto. El sacaría la carne del horno y se propondría servir la mesa, mientras Carla serviría la segunda copa para ambos. Solo sonrisas y miradas, no haría falta más. Solo sonrisas cómplices de lo que vendrá después y miradas provocativas en busca del primer beso de la sobremesa. El postre es después de la cena, pero después de la cena es el postre… no habría café esa noche. El postre, entonces,  los encontraría en la cama, aunque hubiesen preferido comerlo en el sillón del living, la cama los encontraría comiéndose entre ambos como al mas dulce de los postres…
 Pero tan solo pasaba de largo, su automóvil se conducía automático hasta su destino final; el departamentito del 1ro B al final del recorrido. Todos los días pasaba Mario a mirar la mujer del umbral en la casa a mitad de camino entre su trabajo y la soledad. Soledad que ya no baila. Soledad que está sola. Soledad que todavía sueña con una bella dama llena de otra soledad esperando en su puerta, la de su casa. Soledad que se abrazaría a la suya deseando que la eternidad ponga preso al instante.

Aldo Baccaro.

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