JIMENA:

  Jimena era una niña de buena familia; que en un capricho de rebeldía, para llamar la atención de sus padres o ante la falta de esta, se encontró desamparada ante el hambre y el frío sin saber prender un fuego ni mucho menos cocinar; nunca le fue necesario, nunca tuvo por qué, nunca quiso dejar de ser niña ni convertirse en mujer, muy lejos de construir su propio hogar.

 Era la última noche del invierno, al otro día comenzaría la primavera. Lloviznaba y yo me preparaba a ir a dormir cuando golpeó la puerta. Era una muchacha hermosa, realmente hermosa. Tenía frío, y según ella estaba por morir del hambre. La invité a pasar y le preparé unos ravioles con estofado, eché otro leño a la chimenea, le presté una manta y acaricié su espalda, sin embargo seguía tiritando. Le serví la comida, se confesó vegetariana y se comió la miga del pan mientras  separaba los pedacitos de carne al borde del plato con cierta cara de asco. Debí haberme ofendido, en el acto, enojarme y echarla de mi casa, tal falta de respeto a mi hospitalidad; pero hacía rato que no compartía mi soledad con otra tan bonita, nos enredamos en besos y caricias. Nos bañamos juntos, hicimos el amor, bueno... lo intentó, siempre le gustó mas comer que aprender a cocinar, en todos los sentidos. Pero siempre fué muy placentero salir a cenar con ella, o entrar, depende el caso.

   Con el tiempo, aquella seguridad en la cual ella se hospedó se transformó en la seguridad que yo sentía al estar a su lado, extraño pero cierto. Seguridad que fui perdiendo cada vez que ella, un poco mas abrigada y mejor comida, salía de paseo. Finalmente un día no volvió, y entonces me encontré yo desamparado. De alguna u otra manera se llevó mi abrigo y mi comida, o lo consumió, o qué se yo... pero la comida no volvió a tener el mismo sabor cuando volví a cocinar para uno, era mas rica para dos. Y dejé de cocinar, me hice vegetariano y pasé algunos días a lechuguita. Conocí el frío y el hambre. Le grité que volviera, aunque sea de visita. Me aburrí de esperar cada vez que amagó con venir a cenar, y alguna ocasional vez que así lo hizo la comida ya esta fría, y comimos frío... claro que tampoco sabe igual la comida cuando ya está fría.

   Ustedes se reirán de mi, porque les parecerá obvio; pero cansado de comer solo, o frío, o no comer, empecé a cocinar para otros comensales, cualquiera que quisiera cenar conmigo; y tampoco sabía tan rica la comida, mucho menos la compañía. Aunque debo confesar que aquella aventura tuvo un resultado inesperado, ella se puso celosa y se autoinvitó a cenar una vez mas a mi mesa... uffff... estuvo tremendo, buenisimo, imaginensé que para una cena tan especial prendí las mejores velas y serví mi mejor plato, y comimos juntos... pero me había olvidado, ella era vegetariana, no se comería mi estofado... se retiró ofendida.

   Ya no se inmuta cuando le pido a los gritos que venga a cenar, ni le molesta cuando le suplico. La culpa la tengo yo, que no sé cocinar lechuguita, ni comida diet, ni cenar sin vino, ni recuperé mi gusto por cenar en soledad un lunes por la noche. La culpa la tengo yo por cocinar, ella no cocina. Y nunca más va a venir a cenar... para qué. Tan bonita como el día que golpeó por primera vez mi puerta, tan bonita como el día que invadió mi soledad, igual de bonita se fue, algo mas abrigada y mejor comida, quejándose, para nunca mas volver. Y aquella seguridad en la cual ella encontró refugio hoy es insegura sin ella. Hoy no tiene propósito, no hay nada que cuidar, nada que robar, de aquella seguridad que fue puesta a su servicio y que, sin ella, no tiene sentido. Al fin y al cabo que para qué quiero seguridad.

   Y yo, que había aprendido de cuidarme hasta de los mejores y profesionales ladrones de guante fino; me quedé en bolas una vez más, sintiéndome tán débil, tán vulnerado, tán estúpido... tan desnudo que para qué les voy a contar. Pero convencido... no era mala mi seguridad, el ladrón era excelente. No hay seguridad que pueda protegerte de una niña hermosa, desamparada, muerta de hambre y de frío y que encima domine con tal perfección el arte de hacer pucherito.  Dos veces podría pasarme de nuevo lo mismo, porque de no haber abierto la puerta, para no correr el riesgo de ser un desamparado, hubiera sido un desalmado, que es lo único peor al estado en el que me encuentro.

  Si, hay frío en mi pecho; hay hambre en mi alma, pena en mi corazón, vacío en mi sueño. Pero eso significa que estoy vivo. Me han robado hasta el deseo. Pero aún conservo mi alma, por mas dolida que se sienta. Esa que no pudo robar desde el mismo momento en que le abrí la puerta. Esa que ella terminó de perder cuando se fué y la cerró detrás. Para nunca volver a encontrar la mía. 

AJB. 


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Mas allá de la frontera del sol

Itau- Movistar Master Card curro

10 años