EL INMORTAL 2


RELATOS DE UN INMORTAL

El inmortal es el que traspasa los límites de la muerte, puede ser no- vivo, puede ser no- muerto.

Parte 1
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(viene del 1)

..
... Estaba en París, caminando por la avenida Rapp a punto de cruzar Pont de l’Alme cuando me di cuenta. Allí parado, con la vista perdida en las barcazas que deambulan por el Sena, me di cuenta de que encontraba cierto placer en la tristeza... y que mejor ciudad que París para eso. Recuerdo que me topé con una colombiana amiga mía a mitad del puente, me dijo que estaba muy triste y le conteste que era el lugar indicado para estarlo, que se pusiera contenta por ello. Y así era, París es la ciudad más melancólica que conocí en mi vida, o por lo menos la única donde la melancolía puede ser bonita. Pero uno sigue, quizás ingenuamente, buscando ese amor ideal, esa persona ideal.

Llegué a París el 4 de Marzo de 1996, a eso de las diez de la mañana. Vestía botas (porque ocupaban mucho espacio en el bolso.), Creo que fue la ultima vez que vestí botas, jeans, dos remeras superpuestas y un sobretodo negro. Mi equipaje consistía en un bolso grande, una mochila de trekking y mi guitarra. Ya había estado en parís así que me reí de los dos taxistas que ofrecieron llevarme y tomé el autobús. Conecté Deep Purple a mis oídos y repasé una película imaginaria de mi vida hasta el momento de bajar de ese avión. Lo que quedaba atrás... una mujer prohibida, amigos, noches de borrachera, un tonto amor y uno anterior, noches de depres y melancolías impropias para un adolescente, tres noches de placer con rameras baratas... mis amigos, lo único que extrañaría serian mis amigos. La despedida. La mujer prohibida, rubia, bella, con un culito hermoso, muy redondo, su bikini gris, sus ojos claros, la pileta, la noche... la era de la boludez.

Lo único que extrañé fue a mis amigos. Las borracheras cambiaron de estilo y el amor pasó a importarme poco, de la rubia un lindo recuerdo y la seguridad de que si algún día me la cruzaba me seguiría quedando con las ganas de llevarla a la cama, la melanco volvió pero mejorada.

No tardé mucho en adaptarme a la vida en París. Me albergué en lo de una familia amiga de la mía: 29, Av. Rapp, cuadra y media de la Tour Eifel. Mi cuarto era más grande que mi departamento de Buenos Aires, una cama, un armario, un escritorio, un par de lámparas, una ex chimenea con espejo y una biblioteca enorme cuyo único defecto era que sus libros estaban en francés. Desde la ventanilla, ubicada en la parte superior del cuarto -puesto que este se hallaba en el subsuelo- , podía divisar la mítica torre con su vestido de noche. Sin embargo, podría afirmar estar muy lejos de la felicidad. Recordaba una mujercita vestida de fiesta para un domingo sin misa; una pequeña mujer que era mi excusa por ser tan débil... pero hubiera dejado todo por enamorarme. De eso se trataba París: de no poder amarla. El problema fué que París no terminó nunca de adaptarse a mi.

El recuerdo gris de París, un hermoso gris, sino es el más hermoso es el único gris de los recuerdos que puede ser bello. Gris...

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