El cuento que no ganó el Premio Itaú

El tema del día era escribir un cuento.

Aldo Baccaro

No había tenido un buen día, pero no quiso faltar a la nocturna. La alternativa que podía esperarle en su casa no era mejor. Lo pensó muy bien, lo hizo. Un llamado a Marta y lo esperaría con la cena lista, caliente, con olor a hogar... acompañada de una metralleta de chusmerios, primero del barrio y luego de la escuela de los nenes, incluido alguno de la madre del chico ese de 3ro B, la "viuda negra". Seguiría la velada con un cuestionario abrumador en busca de respuestas que repetiría a viva voz e indignada al día siguiente en la panadería, y un sin fin de reclamos entre labios relinchadores, empezando con el "por qué no había ido a la escuela ese día" y continuando con el famoso "y claro, como vos nunca estás en casa"... Los chicos peleando continuamente, griterío incesante en busca de su intervención, nuevos reclamos de Marta. La mejor decisión que pudo haber tomado fue haber ido a la escuela, a pesar de su cansancio. Estaba convencido de eso. Aun cuando su cabeza pareciera una calesita girando al compás de una música de circo, y que en vez de caballos y cochecitos, esta fuera una calesita de problemas, deudas y más problemas. Como si fuera poco, aquella herida de bala en su pierna izquierda volvía a recordarle su paso tormentoso por la guerra hacía ya tantos años atrás; sería la humedad, serían los nervios, "es un aviso psicológico que le recuerda que está vivo"- le habría dicho algún medico de consulta en alguna ocasión. Pero esa noche la pierna le dolía, mucho, si que le dolía, como hacía tiempo que no le dolía, como en aquel primer año después de la guerra. Escribiría sobre la guerra entonces; alguna de esas historias de terror, vividas en carne propia, que al resto de los mortales le resultaba tan interesante. De cómo se meaban encima con el Cabo Rodríguez para apañar el frío de aquellas madrugadas, de cómo el pis se congelaba minutos más tarde y se volvían a cagar de frío, de cómo entonces se cagaban literalmente, de forma diarreica, de cómo repetían el ciclo una y otra vez tomando agua de hielo negra. Si, eso haría. Aunque mejor no, porque si lo hacían leer, lloraría nuevamente frente a toda la clase, y ya estaban todos muy grandes para que él llorase frente a todos. Sumaría puntos con la maestra, eso si, siempre sumaba puntos con la maestra ser veterano de Malvinas. Pero no, finalmente no. Escribiría sobre aquella noche cuando conoció a Marta, tambien muchos años atrás, en un baile de la Sociedad De Fomento de Santa Rosa de Concepción, así se le decía antes a su pueblito de Corrientes, hoy Colonia Santa Rosa. El sabía bailar Chamamé, mierda si sabía bailar Chamamé, pero ella no... mosita, ella no sabía y él le había mentido para sacarla a bailar y que no le de verguenza. Cómo se había hecho el payaso aquella noche... ante las risas de sus amigos, aún a sabiendas de que sería la anécdota de toda la semana en el ingenio. Aquella promesa de volverla a ver bien valían las cargadas, bien lo valieron cuando después de cierto tiempo de cortejo se acostó con ella por primera vez. Marta había sido una morena dulce y hermosa, pero ahora era "la Gorda", que lo esperaba roncando en su cama... ¿Qué había pasado, qué les había pasado? No, el sabía como continuaba la historia de aquella noche y aunque difícilmente alguien preguntara, el no podía escribir aquella historia, ni una historia sin la otra.

Había pasado ya media hora de la primera de clase, que en realidad duraba un doble de 45 minutos. Podría haber escrito sobre su llegada a Buenos Aires luego de la guerra, donde se había quedado ante la alternativa de volver al ingenio y las limosnas que cobraba allí. De su primer trabajo en la fábrica de galletitas; de su primer departamento al fondo alquilado en Barracas; de aquel crédito del Hogar Obrero para su departamento de Lugano que nunca terminaría de pagar, donde llegaría Marta embarazada ya del primero, el Tomás, hacía ya casi treinta años y tendrían al segundo, el Sebastián... Carlos, se dió cuenta que recordar todos aquellos años, esos que habían parecido tan duros y hoy a la distancia se veían hermosos, le dolía demasiado. Tantas batallas ganadas que la guerra parecía una anécdota menor, y sin embargo un sabor amargo, indudablemente a pérdida, le anudaba la garganta cuando tragaba saliva. El tema del día era escribir un cuento. Él tenía muchas historias para contar, muchos cuentos, pero eligió improvisar. La historia de un gato callejero, junto a una pandilla de gatos como él, sus primeros meses, hambre, frío, su primer primavera robando flores de las macetas del negocio de la esquina, la vieja cascarrabias que lo corría con la escoba... todo eso fué produciéndose en su imaginación. Las imágenes y aventuras del pobre pero divertido gato se aparecían dentro de sus ojos semicerrados y le resultaban mucho más inocentes que sus propias aventuras. No dolían, realmente no importaban, le hacían reir... aunque no supiera bien si se reía de las historias que se le ocurrían o de lo infantil que se sentía por darle rienda a su imaginación. Pero se reía. Fue volcando en el papel todas sus ocurrencias, de a una, lentamente, hasta que ya no pudo controlar su mano y tan solo escupía a puño y letra sobre el cuaderno. "Fin"- escribió de pronto, casi sin pensarlo- "Carlos Jimenez"- remató. Y algo muy parecido a un orgasmo amoroso pero intelectual se apoderó de su cuerpo entero, como si viniera desde el alma misma. Sintió una satisfacción que no creía haber sentido nunca. Alzó la vista y se dió cuenta de que había quedado solo en el aula. No quiso releer lo que había escrito. De la misma manera que no se sigue amando inmediatamente después del orgasmo, solo dejó las hojas sobre el escritorio de la maestra y volvió a su asiento. Disfrutar... Estar pleno. Sensaciones que al mismo tiempo le resultaban extrañas. Los compañeros volvieron y también la maestra, continuó el segundo bloque de dos horas de clase en las cuales estuvo totalmente ausente, aun sentado en su banco. Terminar la escuela a sus 56 años ya no sería solo un trámite, sería ahora empezar de nuevo. Significaría un nuevo desafío, nuevas batallas, una nueva guerra para satisfacer su ego. Si acaso no era por eso que se inscribió en la escuela nocturna en primer lugar, o tan solo había sido para escapar de la rutina, para escapar de su casa, para escaparle a Marta y a los niños gritones, para escaparse de él mismo. Todos sus problemas quedaron en segundo plano, ahora tenía uno mas grande pero muy hermoso. "Carlos Jimenez, Plomero, Gasista, albañil y escritor". Aldo Baccaro. Abril. 2014.

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