La última carta (Borrador)

La mesa estaba fría, quizás por eso se enfrió el té cuando apoyó la taza con su respectivo plato y cucharita sobre ella. El saquito, aún dentro del líquido, parecía estremecerse. O se estaba volviendo loco. La taza y el plato hacían juego, antigua pieza de la vajilla de loza de la abuela materna. La cucharita no, tendría que haber sido de plata, con falsos bordados en el mango, pero era una simple y sencilla cucharita de latón. Si se hubiera preguntado, en la penumbra de la tarde que apenas filtraba la cortina del comedor, qué carajo hacía tomando té... no se lo hubiese tomado. Pero se lo tomó, aún frío, con limón. La próxima vez que hubiera de tomar té lo haría con unas gotitas de ron, o escocés, o algo más fuerte y con más ánimo que el limón. 

Bebió su taza de dos sorbos, únicos, impetuosos. Le resultó depresivo, sobre todo al ver su propia imagen reflejada en el espejo del aparador. Pero muy probablemente fuera la misma depresión lo que lo llevara a tomar té en principio. Estado depresivo, estado de depresión, tristeza, desolación, bueno... no, desolación no. La hoja de carta, que supo ser doblada al medio, yacía entonces abierta sobre la misma mesa fría. Y cómo no iba a estar fría la mesa con esa hoja, que contenía esa nota, que hubiera podido ser una carta, que quizás lo intentó, pero que solo contenía dos míseras lineas que decían algo así como "no sos vos soy yo", pero que significaban un total y definitivo abandono por parte del destinador al destinatario de la misma. La parte  destinadora tenía nombre, incluso firmó con él al escribir esas lineas: "Juliana". "Juliana", a modo de punto final, sin post data, sin mayores explicaciones, sin deseos, sin cariños, sin besos, "Juliana", a modo de punto final. 

Sabía que si revolvía en los cajones de la casa, mismo en los de aquel aparador frente a él, encontraría otras notas de Juliana en papel carta un poco más simpáticas. De esas que dicen "te amo, nunca te voy a dejar". Seguro habría varias de esas hojas escritas con dos líneas bastante más simpáticas en los cajones de la casa. Pero esa nota sobre la mesa fría fue la última, y en esa lo dejaba. Cómo competir contra eso. Ni con cuarenta cartas juntas incluso de tres o hasta cuatro líneas, ni con aquellas que completaban líneas a página completa, siquiera con aquellas con post data, ni le hubiera hecho justicia aquella cuya post data reza textualmente: "PD: TE AMO". No, si... allí estaban esas otras cartas, pero no tenía ningún sentido ir a por ellas. Sin embargo, aquellas otras hojas de papel explicaban la razón de por qué aquella última nota seguía allí en la mesa luego de dos meses. Tenía la impresión de que si la guardaba en alguno de los cajones, en cualquiera de la casa, impregnaría las demás cartas, las demás notas, las demás líneas, las demás palabras, el resto de los "Julianas"... aquella última hoja de papel se las comería viva, una por una, o todas de golpe, o incluso saltando de cajón a cajón. Entonces, ahí seguía la carta por temor a hacerla un bollo. Por temor a tirarla al tacho y luego salir corriendo a las dos de la madrugada tras el camión del basurero en busca de aquella última "Juliana". Allí, en el medio de la mesa fría estaba la hoja de papel, que supo ser doblada al medio, pero que yacía abierta, por temor a ser quemada. No vaya a ser cosa que se arrepienta en el intento y se termine quemando las manos con el fuego para quedarse solo con media carta, con media nota, con medio pedazo de papel, incluso ausente ya la firma de Juliana entre las primeras cenizas. 

Prendió un cigarrillo, se dió cuenta de que sus dedos también estaban fríos. Y si tiraba la nota por el inodoro... no, sabía perfectamente que había una tapa de cloaca en la planta baja. Podía imaginarse perfectamente, como si fuera un hecho consumado, buscando aquella hoja de papel entre la mierda bajo el piso del hall del edificio. Volvió a verse en el espejo del aparador frente a él, justo de lado a la mesa, contra la pared del comedor, la pared contraria a la ventana, de lado del único sillón de una plaza, en diagonal a la esquina donde estaba la mesita con la televisión. ¿Juliana se habría ido por que el único sillón era de una sola plaza? Habían pensado varias veces en cambiarlo, sin embargo el aprecio por aquellas noches dónde gustosos de apretujarse compartían el sillón para ver alguna peli en la videocasetera les había hecho tomarle cariño, ese mismo aprecio que hoy se transformaba en nostalgia, ese que hizo que primero la video se transformara en DVD. Su segunda imagen en el espejo, al reflejarse por segunda vez, antes de desviar su atención sobre el sillón de una plaza, lo preocupó de sobre manera. ¿Estaba pensando en suicidarse o solo fue una negativa retorica a la ocurrencia disparatada? ¿Por qué se le había ocurrido siquiera? ¿Era una solución posible al problema de la carta? ¿Lo estaba pensando realmente?

Terminó el cigarrillo, no lo apretó con fuerza sobre el cenicero, tan solo lo apoyó en el borde y dejó que se terminara de consumir. El olor de la colilla quemada no le molestó en absoluto, aunque si lo notó. Pensó en que si Juliana estuviera en el comedor en ese momento se molestaría. "Y qué"- pensó- "Si te fuiste, si me abandonaste... igual que como cuenta el puto gallego ese de Sabina que tanto te gusta: cómo se abandonan los zapatos viejos". Con una mueca, de alivio, de bronca, de tristeza, de ironía o de todo al mismo tiempo se levantó de un solo y brusco movimiento de la silla, para lo cual tuvo que apoyar una mano en la mesa en busca de equilibrio, falto de abdominales o quizás por pereza. Con esa misma mano tomó la carta y la hizo un bollo. La tiró contra la pared, con fuerza, justo hacia la misma esquina donde estaba la mesita con la televisión, donde supo estar la video, donde ahora se encontraba el DVD. Y volvió a recordar la misma escena del sillón, esta vez con mucha más nostalgia, una que anudó su garganta al punto de que la opresión sobre el pecho le resultó insoportable. 

Con las manos sobre el piso, de rodillas, en posición de cuatro patas dejó que el llanto se apodere de él. En seguida se encontró preso de una tremenda sensación, o realidad, de impotencia al no poderlo detener. Las lágrimas de tristeza, congoja, nostalgia y rabia se mezclaban en esa fuente que despedía cántaros de sus ojos. Golpió el piso con fuerza, una y otra vez, con ambas manos al mismo tiempo, intercalando sus puños luego y más luego nuevamente con ambas manos. Todavía en cuatro patas fué en busca de la carta. Aquella nota, aquellas lineas escritas en una hoja de papel que supo ser doblada al medio, luego abierta y luego hecha un bollo y arrojada contra la pared que había ido a parar justo en medio del enredo de cables tras la mesa de Tv. Pudo haberlo supuesto, era casi cantado, era quizás lo que tenía que pasar, o producto de considerarse a si mismo por aquel entonces como un verdadero pelotudo. Cuando pasó la mano por abajo de la mesita donde estaban la Televisión y el DVD, en vez de dar con la carta dio con la extensión eléctrica, de esas que la gente llama zapatilla,  donde se encontraban enchufados ambos aparatos. Y se electrocutó, claro, si hasta a usted que está leyendo mientras se lo cuento le resulta obvio. 

Se despertó la madrugada siguiente en la camilla de la guardia del hospital del barrio. Sabía perfectamente lo que había hecho, al punto de que no dudaba siquiera haberlo hecho de una u otra forma, mas o menos consiente o inconsciente, sin querer a propósito. Lo que no entendía era cómo había ido a parar allí. ¿Habría vuelto Juliana y lo había encontrado en esa situación? Necesitaba saberlo con urgencia, o quizás no tanta. Tomó el cable con el botón de urgencia de la enfermera, pero se contuvo. Si Juliana había regresado y lo había encontrado en esa situación era bochornoso, humillante, pero por otro lado, en el fondo, mas o menos directa o indirectamente, ella era la culpable, ella era la responsable por haberle escrito esa carta; más aún si al final, luego de dos meses, se había dado cuenta de su error, de la gran cagada que se había mandado dejándolo... si al fin y al cabo todas esas otras cartas no podían ser de mentira y eran un montón, un montón más que esta puta última carta, nota de mierda, dos miseras lineas, firma "Juliana, sin post data. Si, iba a tener que castigarle, que cagarla un poco a pedos, qué no se le volviera a ocurrir una cosa así. Pero por otro lado, era lo mejor que le había pasado en dos meses, que volviera Juliana, la mera posibilidad lo llenaba de alegría, no, no iba a ser duro con ella, él también se había mandado sus cagadas, todos cometemos errores de tanto en tanto, de seguro él un poco mas seguido que el resto, o por lo menos que Juliana. No, la abrazaría para siempre... sin post data. 

Su mano sudaba mientras apretaba el botón al final del cable, pero sin activarlo, solo aferrándolo con fuerza. Estaba muy emocionado, excitado, en el buen sentido, en el otro también, le haría el amor una semana entera, la besaría ahí donde a ella siempre le gustó, días enteros... pero... ¿Y si no era Juliana quién lo había encontrado? Si era su madre, o su hermana, o su vecina Camila que tenía llave. Llave que por cierto le había dado Juliana. "No puede ser que sea tu vecina, tu amiga, hace tantos años y no tenga llave, si casi que se criaron juntos"- le había dicho Juliana aquella mañana donde sin consultarle le había dado las llaves de la casa a Camila. Podría haber sido Camila. Si, Podría haber sido. Pero si podría haber sido Camila no sería Juliana. Soltó el cable. La tristeza se apoderó de él una vez más. Esta vez junto a una sensación, o realidad, de incertidumbre total. Cuánto quería que fuera Juliana. 

A primera hora de la mañana, la enfermera, una señora entrada en años, canosa, morena, de esas cuyo rostro expresa una acostumbramiento a las duras experiencias, lo sorprendió cayendo en cuenta de que había vuelto a quedarse dormido sin dilucidar la cuestión. La enfermera traía una bandeja de desayuno insípido, clásico de hospital, la dejó sobre una mesa camera y sin saludos, palabra alguna, se dirigió a ejecutar y ejecutó la tarea de correr las cortinas y dejar entrar los tempraneros rayos de sol. "Una mañana hermosa"- dijo recién cometido aquel acto que a Mario le resultó casi vandálico- " Qué susto nos dio anoche señor". No había sido ni Camila, ni Juliana, ni su madre, ni su hermana, quién lo había llevado hasta la guardia. La historia había sido un poco más compleja, aunque mucho menos emocionante. Había llegado en la ambulancia del SAME, a pedido de los bomberos y todos sus vecinos y toda la guardia lo habían visto en calzoncillos y bata, tal cual se encontraba cuando apoyó la taza de té sobre la mesa fría. A media mañana le dieron el alta. "Encima debo haber llegado todo achicharrado, morado, con los pelos de loco"- pensó mientras salía a la avenida  por la puerta principal. 

Taciturno, definitivamente con la misma sensación de incertidumbre, distinta, pero igual de pujante sobre todo su ser, caminó las cuadras de regreso al edificio de la calle Moldes. Hacía dos meses que no veía a Camila... de hecho nunca más la había vuelto a ver luego de encontrar aquella carta que helaba la mesa del comedor. ¿Se habría ido con Juliana? no, no podía ser, no podía haberle hecho una cosa así. Pero también hubiera jurado que Juliana nunca sería capaz de dejarlo de tal manera, de dejarlo siquiera, de abandonarlo... como dice el puto ese gallego de sabina que a ella tanto le gustaba... "como se abandonan los zapatos viejos". ¿Se habrían ido juntas? Nunca más la había cruzado en el ascensor, ni le había tocado timbre, ni la había sentido saltar en el departamento contiguo escuchando a Charly García a todo volumen. ¿Tan inmerso en su depresión por Juliana estaba que no se había dado cuenta sino hasta aquel momento? No podía ser... no podía ser. Tenía que llegar inmediatamente al departamento, encontrar esa maldita carta con el debido cuidado de no quedarse pegado al enchufe nuevamente y leer apropiadamente lo que estaba escrito en aquellas dos lineas que nunca había podido terminar de leer. Quizás ese era otro motivo por el cual aquella hoja, alguna vez doblada, había permanecido abierta sobre la mesa fría durante dos meses, para luego ser hecha un bollo y arrojada contra la pared... creyó recordar algo entre las líneas, "me voy con Camila, ella también lo siente mucho"... pero no, lo estaba imaginando, si, debía de estar imaginando todo aquello. 

Al llegar a la puerta de calle, en la planta baja de su departamento, a punto de entrar como un cohete y atravesar el hall central, lo frenó Rubén, el encargado del edificio. Había sido él quién llamó a la policía y entró con los bomberos. Intentó darle las explicaciones... relatarle las cuestiones del asunto, pero Mario solo quería ir en busca de la carta. La que en medio de un verdadero desastre de muebles, aparatos y vidrios rotos no encontraría. Entonces si, bajó como un trompo, demasiado impaciente para esperar el ascensor de vuelta, prácticamente rodó hacia abajo los dos pisos por la escalera, a pedirle explicaciones pero esta vez por el paradero de aquella hoja de papel, la que supo alguna vez ser doblada al medio y luego pasó todo lo que pasó, la carta con dos lineas y una última firma,  esa. La cosa había resultado mas o menos así: aparentemente, al electrocutarse (y eso que el mismo Rubén, el encargado, le había recomendado mil veces y más también que colocase un disyuntor en la caja de luz del departamento) habría entrado en shock y en medio de las convulsiones, entre patadas y manotazos habría roto mesita, DVD, Tv, cables, cortina y el vidrio de la ventana.  Fue el ruido, aparentemente fuerte, proveniente de aquel departamento donde hacía meses que no se escuchaba a nadie, lo que alertó a María Inés, la señora del contra frente, la otra vecina, una viejita divina pero demasiado chusma, pobre la viuda pero  así era,  a la que desde la partida de Juliana había preferido evitar; esta a su vez había alertado a Rubén, el encargado, y a su vez Rubén a la policía, que una vez ante las circunstancias y por no animarse a meter mano recurrió a los Bomberos (a ver si se quedaban pegados ellos también) sin pizca de inteligencia para cortar la luz del departamento; cuestión que una vez que los bomberos lo retiraron con cuidado de entre los cables,  solicitaron entonces la ambulancia al SAME. Ni hablar que, para cuando salió la camilla portátil del móvil de emergencias, todo el vecindario entero se encontraba en la puerta del edificio para ver el espectáculo, algunos incluso mateaban a plena vereda, mientras la noche se apoderaba de la escena y los autos tocaban bocina enérgicamente por el transito reducido. 

"Vaya baile"- pensó Mario una vez entró de nuevo a su departamento. María Inés, la viejita viuda y chusma del 2do C, le había limpiado todo como pudo, juntándole los restos sobre la esquina donde había estallado la nota hecha un bollo la tarde anterior. "No te tiré nada mijo porque por ahí algo tiene arreglo"- le diría unos días más tarde, cuando finalmente y más tranquilo le fuera a agradecer la atención, si hasta quizás le había salvado la vida- "En mi época las cosas se arreglaban, no se tiraba nada, haber visto como mi Fabio, pobrecito, ya en el cielo, haber visto como arreglaba radios que la gente tiraba cuando empezaron a tirarlas...a algunas solo les faltaba pilas ¿Te imaginás? un plato... nunca compramos una radio, no hay que tirar las cosas mijo"... Pero aquel mediodía ya, eran exactamente las doce en punto, cuando ambas agujas del reloj sobre el aparador, el del espejo, marcaban ambas sobre el número 12, siempre le gustó presenciar ese momento, recordó que de chico aguantaba los minutos fijamente sobre el reloj para presenciar ese momento. Aquel mediodía, entonces, quería ir a golpearle la puerta y preguntarle por la carta, por aquel bollo de papel, que contenía dos lineas y una firma, que supo ser una hoja doblada al medio, la que había estado abierta por dos meses sobre la mesa fría del comedor. 

Mario no fue a golpearle la puerta a María Inés, la viejita del contrafrente. Tuvo el impulso, pero se detuvo, siquiera abrió la puerta de su propio deprtamento, la del 2do A, donde alguna vez habitó también Juliana, dónde le había dejado tantas cartas sobre la mesa del comedor, tantas... antes de aquella última. Volvió sobre sus pasos. Se sentó en el único sillón, el de una plaza, ese. Apoyó sus brazos sobre ambos apoyabrazos, apoyó finalmente sus manos, relajó los pies. Se hubiera servido un té de no ser por lo triste que le había resultado el té de la tarde anterior, el que había tomado ya frío y con limón. Todavía estaba en bata y en calzoncillos. Se rió al darse cuenta. entonces volvió a romper en llanto, al igual que la tarde anterior. Con la misma impotencia por no poderlo detener, lloró desconsoladamente, sobre el único sillón, el de una plaza. Quizás todo había sido para mejor. Quizás... 

Desde el sillón, aquel que supo estar frente a la mesita de Tv, que le provocaba tanta nostalgia, no podía verse reflejado en el espejo del aparador. Lo cual de momento le dio cierta satisfacción. No, ni por putas cambiaría el sillón. Y que suerte que ya no tuviera TV, ni DVD, ni mesita para ver películas como antes lo hubiera hecho con Juliana. Todo sucedía por algo, karma que le dicen algunos, "el destino"- pensó.  Definitivamente cambiaría la mesa. Si. Por una nueva mesa. Una donde nadie le haya dejado hojas de papel dobladas al medio con firmas de Juliana, con ni sin post datas. Una donde nadie le hubiera dejado nunca nada. Una mesa nueva, hecha para él, a medida. Una mesa que nunca estuviera fría ni albergara notas sobre hojas abiertas, que alguna vez estuvieron dobladas, que fueran pausibles de convertirse en bollos y estallar contra pared alguna. Una mesa donde nadie le dejara nunca ni cartas, ni notas, ni lineas, ni firmas... y a cambio el jamás apoyaría una taza de té, mucho menos para dejarla enfriar y tomarla de dos sorbos de la forma más triste que se puede tomar el té. Lo cual  le resultaba tristemente triste eso de andar tomando el té, tal cual lo podría estar haciendo su vecina María Inés. Justo recordó, cómo no lo había hecho antes, que Camila estaba de viaje en Tandil. Se había ido a cuidar de su abuela muy enferma... hacía ya un poco más de dos meses, unos días antes de que él encontrara aquella hoja, con un intento de carta, con una nota, aquella hoja con dos lineas y una última firma, a modo de punto final, aquella hoja que supo ser doblada al medio, para luego ser abierta y permanecer durante dos meses sobre la mesa fría, la que había hecho un bollo... esa. La última carta. 

Aldo Javier Baccaro


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