Daga.

Y llegó la daga, se clavó en el medio del pecho. Salí a recibirla, pues esperaba una caricia. Se me clavó de lleno. Y sin embargo, aquí estoy, dolió un poquito, pero no fue tanto después de  pasada la sorpresa. No nos despedimos. Ya no hizo falta. Ya no lo merita. Solo volví a entrar y cerré la puerta, como el pibe del cuento que había escrito horas antes. Me quedé despierto, mirando por la ventana. Sin poder pensar en mucho. Sin poder pensar en nada. Falta cada vez menos, jugar de nuevo a todo o nada, a quién no pareció importarle cuando tenía mucho que perder; porque habría de importarle ahora, cuando todo es por ganar. 
Cuando salga nuevamente a la calle le habré perdido el respeto. Y nada importara de todo esto. Saldré con mi daga en el pecho, indiferente ante las miradas de la gente. La frente en alto. Ganas. Fuerza. Como si nada de todo esto hubiera pasado. 

Aldo Baccaro. 

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