Impresiones de un amor de un sueño de veraro que no fué bajo la lluvia que anuncia de forma temprana el otoño que ha de estar viniendo

Sentado en el cordón de la vereda, cerca del árbol aquel que, hace años ya, se inclina poco antes de la esquina donde alguna vez beso su primer beso, milagrosamente, fuma un cigarrillo bajo la lluvia que anuncia, de forma temprana quizás, que ha de llegar el otoño. Sus ojos se pierden en un horizonte que no puede estar frente a su rostro, "es como si los sueños lo dejaran en bolas"- canta para sus adentros- "pero el pasado no termina en la última historia y el futuro no comienza en el próximo paso"- y eso lo sabe bien. Aunque sigue sin pensar en nada, por lo menos nada concreto, dentro de su colage psicodélico preso en su mente no denota aun recuerdo ni imagen alguna de ella en particular.
Ella la lluvia desde su cama, por la ventana de la casa de sus padres en un barrio un poco mas residencial y un poco mas coqueto. Barrio que supo tener entre sus miembros a él, antes de descubrirlo y declararlo renegadamente renegado, déspotamente, hipócritamente, prácticamente deportado. Ella frota sus dedos por fumar un cigarrillo que no se anima a fumar, mientras se aferra a la almohada que reemplaza aquel oso de peluche que el nunca regaló y que jamás regalaría. Ella lo condena, ella lo ama, ella sufre y no le alcanza ni para perdonar ni para dejar de amarlo. Ella se acuerda de él, ella lo rechaza, ella no lo quiere, pero ella lo ama, aunque sostiene, firmemente, que la culpa, sin lugar a dudas es de él. Mira la ventana, como si en la lluvia que cae bien tupida, pudiese descubrir el rostro de él dibujado, estampado, mojado, en la lluvia... que cae bien tupida, al contrario de sus lágrimas que no van a caer.
Así es amigos, una pareja que no es, pero que es, que puede ser y no a la vez, que se aman, pero no se quieren, que se desean, pero que no alcanza; porque dos que se aman no siempre suman lo que deben sumar, no siempre se dicen lo que deben decir, no siempre callan lo que deben callar, no siempre aman cuando deben amar. No siempre callan cuando deben actuar y no siempre actúan cuando deben callar. Sencillamente no siempre hacen lo que su corazón les demanda.
El seguía allí sentado, con ganas de pararse ya, mojado, tirando la colilla de su cigarrillo a lo que imaginariamente era un río enojado, sin acordarse de ella. Pero se acordó, podría haber cambiado todo esa imagen, esa dulce imagen, esa dulce foto guardada en los cajones inferiores del escritorio de su alma, pero la verdad es que tampoco cambio nada. Ni una mueca en su rostro, ni un parpadear distinto, nada mas lejos que el correr de un escalofrío, nada. Junto a la colilla siguió el recuerdo de aquel rostro perdido, aquellos labios que no se besarán, aquel cuerpo que no sentirá el suyo, aquellas manos que ya no llegará a tocar. Nada.
Ella, en su cuarto, ella ya comenzaba a pensar en otro muchacho, mas simpático, menos deseable, mas cercano, menos soñable, mas posible a veces es mas verdadero, al fin y al cabo cuanto puede durar un amor dentro de un sueño y encima en verano. Ella ya acariciaba la almohada de otra manera, su rostro cambiaba los matices del enojo, de la rabia, la tristeza, por el de la picardía de la chica que bien fácil decide darle bola al chico que sabe la desea desde hace tiempo y no se anima ya a acercarse, al que siempre negaría, al que rechazaría para mirar siempre de reojo mientras su sonrisa maldita dejaría estragos dolosos tras la mueca de aquel rostro púber y enamorado. Ella, hasta ese momento, aquel, donde le divertía alguien que juegue el único papel de no ser él. Necesitaba al muchacho que le recordaría siempre no ser aquel otro muchacho. Porque el otro ya no debía existir. No.
El emprendió nomas el camino a su casa ni bien amaino un poco. Ella ya no volvió esa tarde a pensar en él mientras planeaba la estrategia fugaz y poco locuaz con la que convencería al otro chico de pasar por su casa. El y ella a veces se recuerdan, quizás se hayan cruzado por ahí, pero ya no se importan, ya no se juegan al amor, ya no se besan, ya no les duele no haber sido. El y ella ya no existen en los cuentos de hadas y en las novelas de la tarde. El y Ella se aman, pero no deben amarse.
Aldo Baccaro.
Marzo 2008.

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