Ultimo borrador de "la última Carta"
#LAULTIMACARTA
Como la luna con sol:
Todas las rosas blancas que rueden a tus pies
quisiera que mi alma las hubiese brotado.
quisiera que mi alma las hubiese brotado.
Quisiera ser un sueño, quiesiera ser un lirio,
para mirar de frente tus grandes ojos claros.
para mirar de frente tus grandes ojos claros.
Que mi vida tuviese una luz infinita,
joya de los senderos que adornara tu paso;
joya de los senderos que adornara tu paso;
quisiera ser orilla de flores de ribera,
por irte acompañando, por irte embelesando.
por irte acompañando, por irte embelesando.
El paisaje sin nombre de tus ojos perdidos,
el agua para el sitio ¡último de tus labios !
- tierra del mediodía, donde tú descansaras -
la paloma inmortal que alcanzaran tus manos
el agua para el sitio ¡último de tus labios !
- tierra del mediodía, donde tú descansaras -
la paloma inmortal que alcanzaran tus manos
#JuanRamónJiménez.
Para
febrero del 2008, había recorrido tantos kilómetros arriba de ese micro de gira
con la banda de rock, que soñaba con las rayas blancas de la ruta. Había,
también, llegado el momento de bajarse. Mi aburrimiento constante durante los
shows era suficiente prueba, ebrio o sobrio, con o sin grupies en mi cama, el
final del tour había llegado para mi. Habíamos navegado un trayecto importante,
y cada vez más gente se había sumado a la tripulación; era evidente que ya no
me necesitaban. Así que sencillamente me bajé.
Con
el dinero que había juntado, compré un viejo bar de Almagro y lo reacondicioné
como un pub nocturno. Lugar para juntarme con amigos a tocar la guitarra, jugar
al pool, emborracharme, hablar boludeces y de paso hacerme de unos pesos como
para mantenerme sin problemas. Conseguí el flipper de “Terminator”, buenísimo,
lo instalé al final de la barra.
Con
mis amistades, músicos y artistas locales y la mano de un gran amigo, no tardó
el local en transformarse en el parador obligado de todo rockero que hubiera en
la ciudad. Era un verdadero club de rock, aunque para los íntimos solo fuera un
club de amigos que me daba de comer. Si, otra vez mucho sexo, alcohol y
rockandroll. Pero, como en una playa nudista, todo deja de ser atractivo pasada
la primer media hora.
Como
dije, recibí la mano de un gran amigo, al cual terminé por asociar, así nos turnábamos el manejo del bar y pudía dedicarme
un poco a mí, a viajar, a escribir, incluso logré terminar algunas canciones,
animarme a cantarlas en vivo y juntar mi propia banda, con la cual dí varios
conciertos y grabé algún que otro demo que anda dando todavía vueltas por
internet… “Las Cucarachas Enojadas”.
La
primera vez que la ví, todavía era temprano. Recién abiertos, por la puerta del
bar entró una rubia preguntando por mí. Me confesó que leía mi blog de poesía y
que quería conocerme. Se llamaba Julieta. Lo primero que pensé fue que era una
joda… pero no se me ocurría de quién, aunque sospechaba de mi hermano. Luego,
pensaría en el destino y ese tipo de cosas…. Era muy bonita, demasiado para mi
targuet de rockeras. Me gustó al instante y parecía que yo le gustaba a ella
(Me había ido a buscar). Pasaron las horas y llegaron sus amigas, mi socio, mis
amigos y una centena de habitués del local. Pero yo solo pensaba en ella y todo
lo que haría con ella. Tambien, pensé
que era una joda de mi socio. Ella solo pensaba en mí, la amiga le hablaba y
ella me miraba y pensaba todo lo que haría conmigo. La hora de irse, la agarró
desprevenida. Justo cuando intentaba darle un beso. Una amiga la agarró de la
cintura y la metió dentro de un auto para ir a buscar a otra que se había
peleado con el ex y no paraba de llamar llorando.
Hoy,
es como si ya no existiésemos, ni ella ni yo, ya no estamos. “Lo nuestro”… no
existe. Pero en aquel momento, donde nuestros ojos se besaron al viento por no
poder hacerlo nuestras bocas, todo fue majestuoso. Un extraño sabor se apoderó
de mis labios no besados, la cabeza me explotaba, las ansias, las ganas, realmente
me gustaba y me daba cuenta de que también le gustaba a ella, sabía que faltaba
un poco, muy poco, para estar haciendo el amor los dos solos en algún lugar del
planeta, aunque el lugar era lo que menos importaba. (¿Cómo es que después de
hacernos tanto bien y luego lastimarnos tanto, ya no sentimos nada?) Estaba
enamorado. Así, pum, de golpe.
Al día siguiente, nos la pasamos hablando por #msn y
la invité a cenar. Mi socio me hizo la segunda en el bar, tenía toda la noche
para ella. Cuando sonó el timbre, apagué la hornalla y dejé que la olla de
hierro hiciera su magia ancestral en cocción pasiva. Abrí la puerta y le dí un
beso, sin más preambulos. A los besos entramos y llegamos al sillón, donde la
miré fijamente a los ojos y pronucié la siguiente frase: “vamos a juntar hambre
a la cama”. Durante años, Julieta diría que fue la frase más grasa que escuchó
en su vida, pero en ese momento fue efectiva. Hicimos el amor y me di cuenta de
que hasta esa noche- yo- pocas veces había hecho el amor. Cenamos en el piso
del living, sobre la mesa ratona, entre besos y risas y el darnos cuenta de que
empezábamos en ese momento una hermosa historia de amor que- pensábamos- iba a durar
para siempre. Pero como ya les dije- y perdón por repetir tanto la palabra
amor- ninguna historia de amor termina de forma feliz.
En el invierno del 2012, luego de no habernos
separado ni una noche en varios años, llegué a mi casa de madrugada y la sentí
vacía. Al principio no entendí por qué, pero una fuerte angustia se apoderó
rápidamente de todo mi ser. De toda mi alma.
La mesa estaba fría, quizás por eso se enfrió el té
cuando apoyé la taza (con su respectivo plato y cucharita). El saquito, aún dentro,
parecía estremecerse. Era como si intentara gritarme algo. Quizás un “¡No me
tomes!”… si, me estaba volviendo loco. La taza y el plato hacían juego, antigua
pieza de la vajilla de loza de la abuela (materna, por si a alguien le importa).
La cucharita no, tendría que haber sido de plata, con falsos bordados sobre el mango,
pero era una simple y sencilla cucharita de latón que me había robado a modo de
suvenir, seis años antes, de un avión, cuando todavía daban cucharitas de latón
en los aviones.
Me pregunté si todavía Julieta me amaba. Si me
hubiera preguntado en ese mismo momento, en cambio “¿Qué carajo hacía tomando
un té?” la respuesta hubiera sido fácil. No lo hubiera tomado. Pero la pregunta
qué acababa de formularme… esa no la podía responder. La penumbra del amanecer
apenas se filtraba por la cortina del comedor… ¿qué carajo hacía tomando té?
Pero lo tomé, aún frío, con limón. La próxima vez que hubiera de tomar té, lo
haría con unas gotitas de ron, o escocés, o algo más fuerte y con más ánimo que
el limón. Puto limón. Bebí la segunda mitád del té de dos sorbos cortos
pero fuertes. Qué depresivo me resultaba imaginarme, como un tercero
observador, sentado a la mesa tomándo el té. Se me ocurrió pensar que era muy
probable que fuera la misma depresión la que me hubiera inducido, sin dudas, a
tomar té… encima con limón- “como las viejas”- pensé.
La hoja de carta, que supo ser doblada al medio,
estaba entonces abierta sobre la misma mesa fría. Y cómo no iba a estar fría la
mesa con esa hoja, que contenía esa nota, que hubiera podido ser una carta, que
quizás lo intentó, pero que solo contenía dos míseras lineas que decían algo
así como "no sos vos soy yo", pero que significaban un total y
definitivo abandono por parte del destinador al destinatario de la misma. La
parte destinadora tenía nombre, claro que yo sabía quién había escrito esa
carta y sabía, también, perfectamente, que esa carta iba dirigida a mí (a quién
más si no). No obstante, incluso habiendo abierto el doblez de la única página
hacía ya tres días, no la había leído, ni había querido leer mi nombre en el
dorso, ni el nombre bajo las dos únicas oraciones.
"Julieta". "Julieta" decía bajo
las dos únicas líneas, sin post data, sin mayores explicaciones, sin deseos,
sin cariños, sin besos, "Julieta", a modo de un enorme punto
final.
Sabía que, si revolvía en los cajones de la casa,
mismo en los de aquel aparador que se encontraba frente a mí, encontraría otras
notas de Julieta en papel carta un poco más simpáticas. De esas que dicen
"te amo, nunca te voy a dejar", “Nunca te voy a olvidar”… “Para toda
la vida”. Seguro había varias de esas hojas escritas con dos líneas bastante
más simpáticas en los cajones de la casa. Pero esa nota sobre la mesa fría era
la última, y en esa me dejaba, y esa era como un “quiero re tuco” con un ancho
de espadas por sobre las demás, un “quiero vale cuatro” mezclado con “falta
envido”, esa terminaba la partida. Cómo competir contra esa. Ni con cuarenta
cartas juntas incluso de tres o hasta cuatro líneas, ni con aquellas que
completaban líneas a página completa, siquiera con aquellas con post data, ni
le hubiera hecho justicia aquella cuya post data rezaba textualmente,
sencillamente y únicamente: " TE AMO". No, si allí estaban esas otras
cartas, pero no tenía ningún sentido ir a por ellas.
“La historia es como la histeria”- pensé- “siempre
cambiante”, siempre nuestra”. Inmediatamente, recordé algunas de las últimas
palabras que me había dirigido Julieta en uno de nuestros últimos encuentros:
“Nunca sentí a nadie como te siento a vos” (hija de puta- pensé- HIJA DE PUTA
con mayúsculas). Entonces… ¿Qué hacía esa hoja doblada al medio sobre la mesa
fría? Se me ocurrió, de pronto, que la palabra resentimiento estaba compuesta
por “re” y “sentimiento”, y se me ocurrió también que algo debía de tener que
ver en aquel asunto.
Sin embargo, aquellas otras hojas de papel en los
cajones explicaban o justificaban- si se quiere- la razón de por qué aquella
última nota seguía allí en la mesa, luego de tres días, prácticamente sin tocar.
Tenía la impresión de que, si la guardaba en alguno de los cajones, en
cualquiera de los cajones de la casa, impregnaría las demás cartas, las demás
notas, las demás líneas, las demás palabras, el resto de los
"Julietas"… aquella última hoja de papel se las comería vivas, una
por una, crudas, o todas de golpe, o
incluso saltando de cajón a cajón. Entonces, ahí seguía la carta por
temor a hacerla un bollo. Por temor a tirarla al tacho y luego salir corriendo
a las dos de la madrugada tras el camión de la basura en busca de aquella
última "Julieta". Allí, en el medio de la mesa fría, estaba la hoja
de papel, que supo ser doblada al medio, pero que yacía abierta, por temor a
ser quemada. No vaya a ser cosa que me arrepintiera en el intento y me terminase
quemando las manos con el fuego para quedarme- encima- solo con media carta,
con media nota, con medio pedazo de papel, incluso ausente ya la firma de
Julieta entre las primeras cenizas. Allí estaba la hija, abierta, no
leída.
El jueves anterior, a la noche, había llegado del
bar y me había dado cuenta al toque. Había sido una noche tranquila en el bar,
abrí la puerta del departamento y lo presentí enseguida, lo supe de inmediato, Julieta
no estaba allí. Corrí hasta el cuarto, para encontrar la cama perfectamente
tendida, cama dónde muchas noches antes habría encontrado un revuelto de
sábanas y mantas y cobertores y almohadas, de entre las cuales, se asomaba
siempre la cabellera rubia de Julieta. Abrí el placar, el “nada de ropa” casi
me tira de espaldas al piso. Retrocedí en mis pasos y volví al comedor. Allí,
sobre la mesa, el mueble más frío y cruel de la casa, estaba la carta. Una hoja
doblada al medio con mi nombre en el dorso. Apenas si logré abrirla, distinguí
dos líneas y una firma que muy posiblemente fuera la de Julieta. Pero no pude
leerla, tan solo me senté de lado y dejé que las horas corrieran solas, sin más,
por el resto de la casa hasta que ya fue muy de día y me ganó el cansancio. No
soñé con ella. Solo dormí hasta que se hizo nuevamente de noche.
Tres amaneceres más tarde segía allí, junto a la
mesa, me había preparado un té, con limón. Prendí un cigarrillo, me dí cuenta
de que mis dedos también estaban fríos. Y ¿si tiraba la nota por el inodoro?...
no, sabía perfectamente que había una tapa de cloaca en la planta baja. Podía
imaginarme, como si fuera un hecho consumado, buscando aquella hoja de papel
entre la mierda bajo el piso del hall del edificio. Tenía casi un mínimo de conciencia
sobre lo patético que era todo de mí en aquel momento. Sentado de lado a la
mesa, contra la pared del comedor, la pared contraria a la ventana, de lado del
único sillón de una plaza, en diagonal a la esquina donde estaba la mesita con
la televisión. ¿Julieta se habría ido por que el único sillón era de una sola
plaza? Habíamos pensado varias veces en cambiarlo. Sin embargo, el aprecio por
aquellas noches dónde, gustosos de apretujarnos, compartíamos el sillón para
ver alguna peli en la videocasetera nos había hecho tomarle cariño, ese mismo aprecio que hoy se transformaba en nostalgia,
ese que hizo que primero la video se transformara en DVD, para poder ver más
películas juntitos y agazapados los dos.
Fue un segundo, como una ráfaga de fresco en la
nuca, una milésima antes de desviar mi atención sobre el sillón de una plaza, y
me preocupó de sobre manera. ¿Estaba pensando en suicidarme, o solo fue una
negativa retórica a la ocurrencia disparatada? ¿Por qué se me había ocurrido
siquiera? ¿Era una solución posible al problema de la carta? ¿Lo estaba
pensando realmente?
Terminé el cigarrillo, no lo apreté con fuerza sobre
el cenicero, tan solo lo apoyé en el borde y dejé que se terminara de consumir
por sí solo. El olor de la colilla quemada no me molestó, aunque si lo noté.
Pensé en que si Julieta estuviera en el comedor en ese momento se molestaría.
"Y qué"- pensé a su vez- "Si te fuiste, Hija de Puta, si me
abandonaste”... Entonces, recién entonces, me di cuenta de que se había llevado
el DVD. La Hija de Puta se había llevado el DVD. No podía ser más mala, más morbosa,
más hija de puta… ¿Para qué se había llevado el DVD? O sea… no vaya a ser que
mirara películas yo solo… sin ella… o, acaso, la hdp pensaba que podía ver
películas con otra.
Con una mueca, de alivio, de bronca, de tristeza, de
ironía o de todo al mismo tiempo, me levanté de la silla. No fue una tarea tan
fácil como se supone, tuve que apoyar una mano en la mesa en busca de
equilibrio, falto de abdominales o quizás por cansancio. Con esa misma mano,
tomé la carta y la hice un bollo. La tiré contra la pared, con fuerza, justo
hacia la misma esquina donde estaba la mesita con la televisión, donde supo
estar la video, donde ahora ya tampoco se encontraba el DVD. Y volví a recordar
la misma escena del sillón, con mucha más angustia, una que anudó mi
garganta al punto de sentir que me faltaba la respiración. Me imaginé los
besos que le daría en el cuello si en ese momento estuviéramos mirando una peli
los dos juntitos en el sillón de una plaza, su olor, mi pene a media máquina,
su cola franeleándome… ¡La hija de puta se había llevado el DVD!
El nudo en la garganta fue mayor que las fuerzas
necesarias para llorar. Sin embargo, de alguna manera rompí en un llanto
desconsolado que hoy me resulta incómodo de contar.
Hacía ya unos meses de aquella vez, cuando nuestra
discusión no fue discusión. Debí darme cuenta, cuando una pareja ya no discute,
sino que conversa argumentos como dos científicos que debaten una
investigación, es porque la pasión se apagó por completo. “Qué lindo sería
volver a encontrarte, volver a conocerte”- le dije suavemente- “Como si fuera
la primera vez. Necesito saber qué pensás. Ya no sos la misma. Me pedís que
cambie. Aunque no lo hagás, si cambiás vos cambiamos los dos. Yo no quiero que
cambiemos”.
-Yo siempre voy a estar ahí para vos, pero no en
este momento, perdoname. – Me respondió.
- Sos mala. No seas mala… ¿Qué me querés decir con
eso, que me vas a dejar? – ella solo calló como respuesta. Yo estaba seguro de
que por más mal que estuviéramos ella no iba a dejarme nunca. No podría.
Con mis manos sobre el piso, de rodillas y en
posición de cuatro patas, dejé que el llanto se apodere de mí. Súbitamente, me
encontré preso de una tremenda sensación, o realidad, de impotencia al no
poderlo detener. Al borde de la demencia, abandoné totalmente cualquier pedacito
de orgullo u amor propio que pudiera quedarme. Las lágrimas de tristeza,
congoja, nostalgia y rabia se mezclaban en esa especie de fuente que despedía
cántaros de mis ojos. Comencé a golpear el piso con fuerza, una y otra vez, con
ambos puños al mismo tiempo, sujeto a todo mi berrinche como un nene de cinco
años. Grité “mierda” varias veces –no recuerdo cuántas- aumentando el volumen de mi grito en cada vez.
Todavía en cuatro patas, fui en busca de la carta.
Aquella nota, aquellas líneas escritas en una hoja de papel que supo ser
doblada al medio, luego abierta y luego hecha un bollo y arrojada contra la
pared, aquella que había ido a parar justo en medio del enredo de cables tras
la mesa de Tv. Pude haberlo anticipado, era casi cantado, era quizás lo que
tenía que pasar, o producto de considerarme como un verdadero pelotudo.
“Crónica de un accidente anunciado”. Cuando pasé la mano por debajo de la
mesita donde estaban la Televisión y donde no estaba más el DVD, en vez de dar
con la carta di con la extensión eléctrica- esa que solemos llamar “zapatilla”-
donde se encontraban enchufados todos los aparatos. Y me electrocuté,
claro, si no podía ser de otra manera. Me electrocuté y mierda.
Blanco. Negro. Blanco. Flash de luz. Blanco. Negro.
“Pe… lo… tu… do”…
Solía susurrarle al oído que yo era de ella y ella
era mía. Mientras, hacíamos el amor. Pero ella no quería creerlo, o no podía, y
por las dudas, salía corriendo cada vez, para cada vez tardar más en regresar.
Se sentía mal en nuestra casa, esa cuyo comedor tenía el sillón, la mesita, el TV
y el DVD. Se sentía incómoda en nuestra cama al momento exacto donde dejábamos
de transpirar. Y yo, que me creía un titán cada vez que hacíamos el amor, como
el perro que espera a su amo en el portal, la esperaba con la correa en la boca,
deseoso de que me la volviera a poner. Me imaginaba, un día, uno que presentía
cada vez más cercano, cuando ella no volviera a querer hacer el amor conmigo.
Me imaginaba aullando como lo hacen los lobos. Ella se iba a lo de una amiga, a
lo de la madre, dormía en el estudio y, eventualmente volvía… y hacíamos el
amor como si fuera la última vez… y fueron muchas últimas veces.
Aquel día, no quise cambiar las sábanas por las
dudas de tener que recordar su aroma al día siguiente, ese perfume especial que
emanaba su piel. Comenzaba a resultarme cansador esto de “estamos pero me voy a
ir, algún día me voy a ir”. Sobre todo porque yo, que me había ido también muchas
veces, esa vez me quería quedar.
Me desperté varias veces en la ambulancia camino al
hospital. Pero pasé la mayor parte del tiempo desmayado. En alguno de los
sueños recordé aquel viaje a Tandil… El fuego crujía dentro de la salamandra.
Ella se aferraba con las dos manos a la taza de café con licor. Yo estaba distraído.
Ella no quería interrumpirme en lo que sea que yo pensara. Yo solo pensaba en
ella, en sus labios, en sus ojos, en esas veces cuando sonreía, en saber que en
ese mismo momento ella era feliz. Fueron mis manos, las que de la misma manera
en que ella aferraba la taza, se ferraron a su rostro. La besé. La besé mucho.
Ella me besó mucho. No teníamos ganas de separar nuestros cuerpos uno del otro.
Hicimos el amor casi sin sacarnos la ropa. Domrimos un ratito más sobre el piso
alfombrado de la cabaña abrigados al calor del fuego.
Blanco, negro, flash de luz, blanco, negro, blanco
otra vez… ruido, ruidos, voces que conversaban lejanas como si lo hicieran en
un pasillo. ¿Había escuchado una sirena?... Estaba en la cama de un hospital.
¿Quién les había abierto la puerta? Recordaba haberme electrocutado como todo
un pelotudo pero… cómo habían entrado a mi departamento. ¿Habría sido ella? ¿Había
vuelto?
De la misma manera que uno no quiere despertarse de
un lindo sueño, que uno quiere seguir soñando… yo soñé y, ella soñó, y tuvimos nuestra historia de
amor… con la que a su vez alguna vez habíamos soñado cada uno por su lado. Qué
lindo que era todo eso de “Para siempre”…“Nunca te voy a olvidar”. Hacía muy
poco, entre besos, café y tostadas, mientras nos enredábamos una vez más en la
cama, me había dicho: “siempre te voy a amar”. Recordaba la ternura que había
sentido por la inocencia de aquellos ojos que me miraban emocionados y
convencidos de las palabras que sus labios pronunciaban en perfecto castellano.
Al desayuno, le siguió más amor y al amor más promesas disparatadas…
Pero desperté, finalmente, solo, en la cama del Hospital Naval. Pero se acabó,
se había acabado, ya hacía unos días, sino un mes, sino varios meses. Se acabó
como se acaba un rollo de papel higiénico. Se fue, como un tren por
la vía, pero que no volverá... que quedará en el cajón de "algún
día", aunque todo indique que ese día jamás llegará. Se fue y cambió su
presencia por una carta fría, dos líneas, una firma, sobre un papel que supo
ser doblado al medio.
“Basta para mí, basta para todos”- pensé, mientras me
terminaba de despertar. ¿Era de día, de noche, cuánto tiempo había estado en el
hospital, había venido Julieta, mi vieja, mi hermana, le importaba a alguien? ¿Quién
había habierto la peurta par ami rescate?
“No te cases ni te embarques”… susurró a mi oído. La
tomé de los pelos y la metí conmigo en la cama. “¿Ya te vas?” – “Si, estoy
llegando tardísimo”. Una mano intrépida buscó su punto de “ok solo 10 minutos”
bajo su falda. Me había quedado dormido de nuevo. Estaba en el hospital, en
bolas, electrocutado, pero lo que me preocupaba, lo que quería descubrir, era
si por alguna razón ella había vuelto. Aunque sea que estuviera enterada que
por culpa de su carta, y de haberse llevado el dvd, yo estaba en el hospital.
Que supiera que estaba solo, abandonado, electrocutado, mojado y triste... y
que quería que vuelva.
Era tan linda cuando sonreía. Media hora más tarde
saldría al trabajo, se transformaría, como un rol, como un papel a interpretar,
no era disparatado el hecho de que le hubiera gustado ser actriz. Julieta Cats.
Contadora. Pasaría la mañana jugando un papel que le permiera ocultar que no
podía dejar de pensar en mis manos sobre su piel. “Ella reía entre mis sábanas, gemía,
mientras me hacíamos el amor. Reía... llevándose un poco de mi
soledad y de mi aire con sus ausencias”
Unos meses más tarde viajaría a Europa… “Muy lejos
de tus ojos salgo a caminar, que lindo se ve todo desde el puente
Waterloo- London. Me prendo un cigarrillo y quizás me fume dos, antes de
perderme en aquel bar irlandés, muy lejos de tu boca, lejos de tus besos,
lejos de tus cuentos que ya no me hace bien. Que no te extrañe, que ya no te
extrañe, siempre te extrañé más cuando estaba con vos. Nena, no me hagas daño,
estoy algo cansado de tu amor. Ya no me lastimes más, hoy quisiera volver lejos
de vos. En las paredes grises de Paris Momparnase encontré los recuerdos
de mi juventud. Saint Germnan des Pres “prie
por moi”... esta niebla me persigue con nostalgia y soledad y quisiera
volver muy lejos de vos. No puedo a colgar ese candado en aquel puente que me
ate a tu amor. No, si vos no estás aquí conmigo. Voy a perderme en los bares de
copas, hablar francés, mentirme en ingles, porque ninguna en parís es como
vos... Nena no me hagas daño, ya estoy algo cansado de tu amor. Hoy quiero
volver lejos de vos”.
Los años pasaron, algunos más de prisa, otros lentamente,
tuve un hijo, planté un árbol, publiqué un libro. Nunca volví a encontrar la
carta. Ni a ver a Julieta.
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