carta a mis amigos 3
Sobreviviendo. Perdido. Cansado.
Con esa sensación ya crónica de que en la escuela me enseñaron mal o el mundo
se equivocó. Hice grandes cosas en el camino, viví hasta acá una vida
interesante, llena de desafíos, aventuras, alegrías, aprendizajes, logros y
algunos premios. De hecho, he plantado un árbol, escrito un libro y a falta de
uno tuve dos hijos. Si… quizás el Limonero (al cual trasplanté dos veces) no
dio frutos grandes y bonitos; el libro tiene algunos errores y no fue best
seller (estoy lejos de un Pullitzer); aunque si la tercera es la vencida, con
mis dos hijos puedo decir orgulloso que la balanza está a mi favor, son una
obra de arte. Así como los hijos no pueden hacerse sin ayuda, sin la
interacción de otro, nada de lo que hice lo hice solo y también puedo decir con
orgullo que he tenido muy buenas compañías (ahí entran ustedes en juego,
aplaudansé por favor).
Conocí París, Nueva york,
Londres, La quebrada de Humahuaca, Las cataratas y la Patagonia, el pueblo de Comodoro Py (donde tuve un rancho de ladrillos ferroviarios y adobe), recorrí la
ruta 40… dos veces. En cada lugar que visité me mezclé con su gente, forjé
amistades que perduran en el tiempo. Dentro de los desafíos laborales,
fui productor de tv de programas premiados, fui coordinador operativo en la
secretaría de seguridad cuando la tragedia de Cromañón, fui manager de Las
Pastillas del Abuelo, trabajé en la producción de Charly García, Tuve un Bar
durante muchos años y lo manejé con relativo éxito, siendo gran parte de lo que
yo quería, club social de muchos artistas y grandes interacciones humanas, se
han casado personas (incluso han tenido hijos) que se conocieron en mi bar y mi
barra fue mesa de fundación de grandes proyectos. Crio dos hijos con orgullo,
tratando de enseñarles valores fundados en el amor y luchando para que sean
felices a pesar de mis derrotas; no transformarlas en hereditarias. Y he
perdido, y al contrario de mis triunfos, donde agradezco a mis amigos, supongo
que en mis errores he recibido también ayuda, pero no responsabilizo a nadie
más que a mí mismo.
Descubrí mi vocación de servicio
en París, sobre la explanada de Trocadero, junto a mi amigo Nicolás. En aquel
momento, donde no existía internet como tal y hablábamos a Buenos Aires desde
teléfonos públicos con dial a rosca, creía que se trataba de escribir, de
contarle al mundo de Argentina cómo se vivía del otro lado del charco,
desmitificar las mentiras que salían publicadas en las revistas domingueras de
las ediciones de los diarios… viajar y escribir, contando lo que iba viviendo
para que les sirva a otros. Luego fui formándome en la coordinación de grupos,
en el servicio público, en la atención, con gran satisfacción cada vez que
lograba ayudar a alguien. Sea la clase de cliente que sea, interno o externo,
sin distinción. Me fui convirtiendo en puente de grandes cosas y, como cuando
lo intenté en el periodismo, nunca me interesó ser protagonista. Creo que la
vida, el mundo, el destino, Dios o el diablo me lo están cobrando, eso de no
haber querido ser protagonista. Porque no hay otro protagonista en tu vida que
vos mismo. Y yo siempre trabajé para los demás, aun cuando fui dueño de un bar.
Haciendo nada más y nada menos que lo que dictó mi corazón… y mierda si es
grande para amar.
Aunque si hay algo de lo que fui
protagonista, y no autor, fue de grandes refranes. A saber: “del fracaso se
aprende más que del éxito”, “A las buenas personas les pasan buenas cosas”, “
si sos honesto y fiel la gente se te enamora” y varios estúpidos refranes que
se nos presentan como la sabiduría del universo para emprendedores y son un burdo
engaño. ¿Saben cuál es el índice estadístico de que te pasen estas cosas?
¿Cuántos fracasados encontraron el éxito y cuántos tuvieron que aprender a
vivir o perecer en el fracaso? ¿ Cuántas buenas personas son abusadas en mayor
o menor medida sin nunca encontrar recompensa? Y creanmé que si sos honesto y
fiel a la gente le parecés un pelotudo, y nadie se enamora de un pelotudo.
He girado mucho, he rockeado un
montón, trabajé hasta el desmayo, como dije tuve triunfos y derrotas, pero
vengo de una seguidilla terrible de derrotas. Dicen que cuando se acaba algo
surgen nuevas oportunidades, se cierra una puerta y se abre otra, tampoco
pareciera ser esa la realidad, al menos en Argentina. Tal es mi cansancio por
mis derrotas, que ya no quiero tener éxito… en nada. Mi visión de futuro, de
satisfacción y de felicidad, es tener salud, trabajo y casa. Y poder
mantenerlo, claro está, lo cual también está difícil por estos días. Quiero
levantarme por las mañanas, ir a trabajar, hacerlo lo mejor que pueda, volver medianamente
satisfecho, darles de comer y ver crecer a mis hijos, irme a dormir cucharita
con mi super compañera “La Leona”, de vez en cuando hacer el amor, levantarme
al otro día y comenzar de nuevo… esa rutina que odiaba a mis 20 y todo eso en
lo que nunca me convertiría hoy es lo que más ansío. Pero quiero hacerlo
derecho, sin quebrarme, sin tener que ser mal bicho, ni buchon, ni serruchador
de pisos, quiero seguir siendo yo… un buen tipo. Eso lo convierte en el desafío
más grande de la historia. Hay que pasar el invierno- dicen- pero a mí me
cuesta cada día más llegar a fin de mes.
Tengo una pequeña colección de
ensayos sobre el presente, sobre la realidad, sobre la actualidad del mercado
laboral, sobre el día a día de la gastronomía (donde vengo trabajando hace
algún tiempo) sobre los problemas del mundo e incluso algo de física cuántica.
Pero hoy tenía ganas de hablar de mí, de ser protagonista al menos por este
rato y mostrarles- quizás- por qué tampoco me estaría gustando-me salga o no-
ser muy protagonista de mi vida.
No tomen la presente como una
queja, no lo es, es una reflexión. No les estoy pidiendo ayuda, ni atajos ni
aventones, si no sé bien siquiera a donde voy. Me gustaría quedarme quieto,
pero no puedo, mis hijos necesitan crecer y yo con ellos. Sé que voy a
encontrar mi camino nuevamente, aunque lleve tiempo perdido, de seguro al lado
de alguno de ustedes, y nos reiremos con anécdotas de esta época.
Los abrazo,
Aldo.
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