#Roanroler anticipo
borrador en corrección
#ASALTO
Buenos Aires, Argentina, primer sábado
de Marzo de 1989. Julieta era hermosa, la más linda de todas las nenas, la que
todos los chicos querían ennoviar. Y no estaría contando esta historia si no me
hubiera enamorado yo también de la más linda de la clase.
Por eso, vamos a comenzar esta novela
en este punto de la historia, tomemos todo lo que escribí y leímos hasta aquí
como un ensayo de prólogo (que en realidad es lo que fue). Y empecemos de nuevo,
como una historia de amor, con una historia de amor. Mi primer amor.
Por aquellos años, lo más parecido al
sexo que entendía era bailar lentos cuerpo a cuerpo y, a su vez, lo más
parecido a un orgasmo era chaparte finalmente a esa piba que te volvía loco. No
había manera de imaginar que con los años extrañaría más a Lorena, la flaca
pelirroja de rulitos que me acurrucó el pito por primera vez, que a Julieta Mi
Primer Amor. Recuerdo que el papá del Tano Di Napoli me decía que iba a conocer
veinte minas más en la vida y que me olvidaría de Julieta, que me iba a
enamorar unas cinco o seis veces más… Pero no había manera de que yo entendiera
siquiera de qué me estaba hablando. Julieta era mi vida y sin Julieta la
muerte.
No quiero dilatar más la cuestión ni
irme por las ramas, porque mis amigos (esos, los que también escriben) van a
decir que me cuelgo filosofando y se pierde la acción (“Si quieren acción vayan
a ver una de Misión Imposible y no me lean una mierda”- pienso; pero muy en el
fondo de mi alma sé que tienen razón). Así,
que vamos directo a la noche en cuestión. Si algún día hicieran una película de esta
historia debería empezar por esta noche: la noche del asalto. Entonces, sonaría
música rock de fines de los 80s, unas luces difusas se convertirían en un viejo
caserón de Almagro y entraría en escena-yo- con mis tiernos doce años de edad.
La cabellera desprolija, ni larga ni corta, desteñida por el cloro de la pileta
del club, disfrazado de Bruce Springsteen. Switch cross a otro plano y ella en
el fondo del patio siendo chamuyada por el más lindo de la clase. Ella de
Gitana. El lindo de Pirata. La trama del rebelde y desprolijo chico
conflictuado con la más linda de la clase resulta algo trillada y lo sé. Pero para
diferenciar mi historia de otras vamos a arrancar diciendo que acá nadie comió
perdices ni vivió feliz en ningún lado. Conquistar el amor de Julieta fue
quizás una de las primeras grandes cosas que haría en mi vida y tiraría por la
borda. Porque si una historia de amor ha de tener un final no hay manera de que
sea feliz, el amor nunca es feliz cuando se termina. ¿Quién ha sabido de dos
enamorados que mueren juntos de viejitos, cagados y meados en pañales para
adultos dándose un beso en los labios recién despertados, después de 60 años de
casados con una sonrisa y tomados de la mano? Eso sí que sería una ficción de película.
Y si vamos a hablar de mí y de mis historias… dejémoslo ahí por el momento que
tenemos todo el libro para disertar sobre el tema.
Volvemos a la historia. Corría el que
sería último año de la escuela primaria,
donde cambiábamos niñez por adolescencia. Entonces, eso de las nenas con
las nenas y los nenes con los nenes ya no era tan divertido. Un año donde las
"chicas" habían dejado de ser nuestras enemigas que siempre lo
arruinaban todo, para ser condimento y aliadas indispensables en la rutina
diaria. Julieta empezaba a transformarse en una parte de mi vida muy especial. Ya no como un compañerito más con
el cual pelearme por la bicicleta, sino como una compañera, una hermosa
compañera que hacía que levantarme por las mañanas e ir a la escuela tuviera
sentido.
El primer sábado de Marzo de 1989, con
motivo de su cumpleaños, Julieta había organizado un "Asalto". Y para
los que no tuvieron infancia o- mejor dicho- una infancia sin celulares,
Internet y con teléfono a disco… No me refiero a un robo a mano armada ni nada
parecido, sino a una fiesta, donde simuladamente se tomaba por
"asalto" la casa de los padres de alguien, los chicos llevaban la
bebida y las chicas la comida. Música, baile y, por su puesto, los
"lentos" al final de la velada. En aquella ocasión, la fiesta iba de
disfraces. Ella de Gitana y yo- como ya conté- de Bruce Springsteen.
Aquella niña de pecas y risitos de
primer grado era, en séptimo, una rubia esbelta, decididamente sensual, de
largas piernas y tenía pretendiéndola a toda
la lista de asistencia masculina de colegio, incluso los ausentes. Por esa
razón, aquella noche (donde me había decidido a declarar aquel amor oculto del
que todos ya sabían) tenía mucha, mucha, competencia. Se contaban entre mis
contrincantes dos Piratas, un Médico y un “Chómpiras”. Todos abocados a la
tarea de cortejar a "mi" Gitana. Disponía de 4 horas para eliminarlos
del juego, antes de que llegara el momento clásico de "bailar pegados es
bailar" (si, los lentos).
El chómpiras perdió solito; sacó de
una mochila una botella de vodka que había robado quién sabe de dónde, la bebió
hasta la mitad prometiendo un "fondo blanco" al que sus dulces 12
años de edad no le dieron aguante, vomitó y desapareció de la contienda. Uno de
los Piratas, Pirata 2- digamos- era el
más zorro, el más astuto, pero el menos valiente; bastó mirarlo fijo durante
media hora para que abandonara, al menos por esa noche. El Médico, por más que
quisiera, no tenía chances y optó por una opción más económica. Quedábamos
Pirata 1 y yo. Y no estaba fácil la cosa.
Pirata “one” era considerado el más
lindo del colegio, fachero, con aires de seductor, traje de alquiler y solía
usar la camiseta “9” de goleador del equipo de fútbol. Yo era el reo, rebelde,
atorrante, número 4, mal partido según cualquier suegra, loco, mal peinado y con la ropa cortada. Años más tarde, me
daría cuenta que de haber tenido un poco más de confianza en mi mismo, le
hubiera ganado sin problemas y rápidamente. Pero para aquella época, solo era
un niño enamorado por primera vez. Lo que me convertía en dos veces inseguro y
mi contrincante era el pibe más lindo del colegio. En eso de ser galán, el tipo
me sacaba tres cabezas, haber visto cómo le sonreía, cómo estaba atento a
servir su copa (vaso amarillo de plástico, la copa), cómo simulaba escuchar y
comprender cada una de sus palabras y cómo la miraba con ojitos de cachorro en
busca de una caricia... pero si es el día de hoy que lo recuerdo y tengo ganas
de cagarlo a trompadas. ¡Hijo de Puta! – … a ese no lo hubiera matado, lo
hubiera dejado vivo- lo único en lo que podía pensar en ese instante era en
hacerle daño, lentamente, mucho.
Lo observaba desde un rincón,
convencido de que en una confrontación directa perdería, sobre todo porque
sabía que perdería primero los estribos. Mi vista se nublaba, también mi
juicio. Pero trataba de medir y analizar la situación. Ella me miraba de tanto
en tanto, me provocaba, de verdad se los digo, hasta llegó a guiñarme un ojo.
Luego confesaría que esa imagen de Bruce Springteen apoyado en la pared, mirándola fijo desde un rincón de la
habitación, la seducía mucho más que el salameo del chico lindo que tenía delante.
Pero en ese instante, dónde alguien vestido de Abeja tuvo la maravillosa idea
de apurar los "lentos" media hora para declarársele a Laura la de frenillos
disfrazada de dentista, yo no lo sabía.
El momento dónde sonaba el primer tema
de Michael Bolton era incómodo para todo el mundo. La ronda de chicas y chicos,
que hasta ese momento hablaban o bailaban, se desintegró como por arte de
magia. Los más nerviosos fueron al baño, otros se hicieron los distraídos, las
pudorosas se sentaron o buscaron comida. Pirata 1 no perdió tiempo, había
estado esperando la oportunidad de hacer su jugada durante horas igual que yo,
la tomó del brazo y, sin preguntar, la sacó a bailar con una pirueta de
monigote tipo noble de película de época que despertó algunas risas de las
demás doncellas que esperaban turno en el salón. Todos votaban por esa pareja,
aunque Carolina, la otra chica linda, luchaba desde las sombras para que no
fuera así. Yo sabía que tenía una aliada en Carolina.
Mientras pensaba en incluir a la
segunda más linda del colegio en la estrategia, lo ví mirarme socarronamente,
lo ví. Juro aún hoy que lo ví burlarse. No se lo iba a permitir, de ninguna
manera, ya había colmado mi paciencia. Toda la noche lo había estado viendo
hacerse el lindo con mi Julieta y encima me hacía burla...
Encaré hacia la pareja con la
intención de darle una patada en los riñones, así no jodería más. Durante el
trayecto hacia su espalda lo medí, no una sino tres veces, calculé el golpe con
aguda precisión, incluso la debida carrera y la cantidad de pasos a tomar… pero
cuando llegué tras él me detuve- para mi propia sorpresa- y le dije al oído:
"tenés un pollo en el pelo" (pollo se le decía a un gargajo, a un
escupitajo). Pirata uno, coqueto como era, se tocó la cabeza y, ante la duda,
salió corriendo al baño a mirarse en el espejo. “gil… caíste”. Para cuando el
galancito salió del baño mofado por la situación, obviamente yo ya estaba a los
brazos de Julieta. Sus redondos ojos tiernos- los del pirata- se llenaron de
odio. Si hubiera sido Superman me hubiera tirado rayos láser con la mirada,
pero no lo era, y yo esperaba el momento para bajarlo de una trompada. No tuve
la suerte. Se venía a mi encuentro cuando lo interrumpió Carolina- “Gracias”,
nunca se lo dije, pero “gracias Carolina”- quién terminó por comerle la boca
literalmente (sino la cara entera). Así
que solo me restaba definir mi último movimiento. Como les dije, era algo
inseguro por aquellas épocas.
Pasamos Michael Bolton, “Angie” de los
Rollings Stones, Rod Steward, Phil Collins, Brian Adams, Sinéad O'Connor,
Bonnie Tyler, Richard Marx, Chris De Burgh con “Lady In Red” y Elton John para
cuando sonó Purple Rain, de Prince, tema con el que solía darse fin a los
lentos y se volvía solo por un rato más a Durán Duran, Depeche Mode, Soda
Estéreo y Los redondos de Ricota, casi en ese orden. Era el momento de tomarla
de la cintura y hacer lo que había ido a y decidido hacer… darle un beso. Para
cuando Durán Durán efectivamente irrumpió en la escena, la gitanita termino por
cansarse de la espera y me besó primero, si… ella a mí, me devoró ambos labios
de una manera dulce pero efectiva, certera e, incluso, agresiva. Entonces,
todos mis miedos continuaron hacia el fin de la velada intercambiando más
besos, saliva, besos, abrazos y algún revolcón bajo la lluvia del patio trasero
de la casa de sus padres. "Si tus labios rozaran los míos tocaría el cielo
con las manos" le había escrito una semana antes en la tapa del cuaderno
de Lengua, y así fue, o al menos recuerdo haber sentido algo muy parecido.
Semanas más tarde, comenzaba el séptimo
grado de la Escuela Primaria. Volveríamos a encontrarnos todos los piratas, el
Chómpiras, el Médico y todos los personajes del colegio en una misma aula,
durante casi todo el día, interactuando en el mismo patio… interactuando con mi
Julieta. Entonces, el “asalto”, aquel
beso, aquellos otros besos en el patio bajo la lluvia y las dos posteriores
ocasiones donde fuimos a tomar helado a la plaza y nos volvimos a besar, serían
una historia de verano.
El primer día de escuela fue difícil,
todos se acercaban a hablarle, querían tocarla, saludarla con un beso, se reían
y encima otra vez el lindo del colegio pavoneándose. Le di un piquito a la salida de la escuela y
me fui a mi casa luego de verla subir al auto del padre.
Pasé la noche en vela, mal, la pasé
muy mal, fue mi primer desvelo, no pegué un ojo en toda la noche. Y lloré, aun
sin saber por qué, lloré mucho. Era miedo. No terminaba de comprenderlo pero
era miedo a perderla. Le escribí una carta. No pude ir al colegio a la mañana
siguiente, mi madre creyó que estaba enfermo, agarrando una gripe o algo así;
lo cierto es que tenía que irse a trabajar y me dejó con la empleada de mi
abuela. La empleada de mi abuela aprovechó para rascarse y recién cerca de las 4pm, más o menos, me levanté de la cama.
A las cinco, salían mis compañeros del colegio, saldría Julieta. Me cambié
raudamente con lo primero que encontré cerca de la cama. Tomé mi bicicleta y
salí velozmente como quien dice “a toda máquina”… digamos que salí a los pedos.
Paré a mitad de camino y robé una rosa roja, hermosa, la corté de un tirón del cantero
de la casa de la tía del colorado. Tomé un atajo cortando por la plaza Las
Heras en diagonal. Jugué al zigzag entre los autos de la avenida Coronel Díaz
sin el más mínimo sentido de algo llamado reglas de tránsito (ni nada parecido)
y agarré contramano Mario Bravo para llegar al querido y siempre recordado con
ternura Nro 7 “República de irán” Escuela Primaria Ciudad de Buenos Aires.
Llegué justito cinco minutos antes del último timbre. Me calmé, debía calmarme,
debía secarme la transpiración ¿Había sido la pedaleada o serían los nervios? Creo
que una combinación de ambas. Ensayé varias veces lo que le diría a
continuación, pero ninguna me salió correctamente, así que desistí;
improvisaría. El malón de guardapolvos blancos fue liberado como se
liberaban las palomas en los actos de mayo- por alguna razón, hace décadas que
no veo una “suelta de palomas” ¿Será que las prohibieron?- y toda mi atención se concentró en su cabellera
rubia. Ella venía charlando con otra compañera, despreocupadamente, hasta que
llegó frente a mí. No me había visto, se sorprendió, sonrió. Julieta… me miró a
los ojos, los de ella de un celeste más profundo que el océano mismo. Era el
momento de improvisar, pero no supe que decir, ni que hacer… “era de esperar”-
pensé sin dejar de sentirme un imbécil. "Gracias"- dijo ella abriendo
su sonrisa entera- "¿Es para mi?". Le entregué la flor en silencio,
me había olvidado completamente de que tenía una flor en la mano. Me dio un
beso en la mejilla. Tenía todo lo que quería decirle hecho un nudo en mi
garganta. “Chau”- dijo- y caminó hacia el auto del padre con su compañera, creo
que era Laura, la de ortodoncia disfrazada de dentista, pero no me acuerdo y no
es importante. Yo duro, como una estatua, no podía ni hablar ni moverme y mi
cabeza iba demasiado rápido y equívoca como para obtener una reacción.
-"Miralo al nene de mamá
haciéndose el concheto con la mina"- dijo de pronto Krosterboer, el
grandote del colegio- "qué pasa florcita... ¿te vas a hacer pipí encima?...
jajajajaja". A mi no me causó gracia, aunque al resto de todo el mundo que
estaba a la salida del colegio sí, a mi no me causó gracia. Ambos ojos, los
míos, perdieron de vista a Julieta y se fijaron en él. Él, que si hubiera
entendido mi mirada hubiera sabido que debía callarse y salir corriendo. Pero
en vez de eso, vi su mano asomarse con una cachetada. Me agaché y al
incorporarme le di solo dos golpes, uno y dos, antes de dejarlo tendido en el
piso, un gancho a las costillas y un uper al mentón. Julieta, su amiga y el
padre de Julieta lo vieron todo. En el momento me sentí un winer total; un
segundo y milésimas después de prestarle atención a sus rostros me di cuenta de
que me había mandado una cagada y que era un pelotudo.
-¡Julieta... Esperá!– grité.
Corrí hacia el auto, quería raptarla,
llevarla conmigo, que volvamos caminando o como fuera, no quería que se fuera. Ella
tardó en cerrar la puerta. No se me ocurría nada, con todo lo que tenía para
decirle. Ella bajó la vista, cerró la puerta, el auto del padre arrancó, la
amiga me miró desde la luneta trasera moviendo la cabeza haciendo ese claro
gesto de reprobación que suelen hacer las viejas chismosas del barrio cuando
los chicos juegan a mojarse en la plaza; ese de lado a lado y como frunciendo
los labios. Recordé el sabor de sus labios- los de Julieta, no los de la amiga-
y sentí nuevamente elevarme como si ya mi cuerpo no me perteneciera, tal como lo
había vivido la noche de su cumpleaños. Vi que el auto doblaba en la esquina de
Billingurst. Metí mis manos en los bolsillos y suspiré, si, suspiré por amor.
En el bolsillo derecho tenía la carta que le había escrito. La Carta. La puta
Carta… no le había dado la carta, esa que había estado borrando y re
escribiendo durante toda la noche. Y me quedé haciendo el tonto junto al cordón
de la vereda mientras veía la carta en mi mano y me daba cuenta de que el
director de la escuela, el Sr. Pichot, me estaba mirando feo y me iba a comer
una buena cagada a pedos por lo de Krosterboer.
Qué bronca tenía, hubiera querido
pinchar una rueda del auto del padre para que me espere un rato y así poder
darle la carta. AHHHHH… quería romper el
piso, quería romperlo todo. Todo. “Martín”- dijo el Gordo Sr. Director Pichot-
“usted está ausente hoy, pero mañana o cuando vuelva a la escuela se me viene
derechito pa dirección”.
Cuando me dí vuelta para tomar mi
bicicleta, estaba el ruso Kroesterboer con sus padres. Estaban enojados.
Recuerdo mirarlos fijamente y decirles que o venían por un segundo round o se
las arreglaran con mis padres. El quiso acceder a la revancha, pero Mamá y Papá
Krosterboer lo tomaron de los hombros y
se lo llevaron. Mis viejos nunca me hablaron al respecto. Ni lo haría el Sr.
Pichót al día siguiente. Tomé mi bici, el regreso me resultó eterno y tuve que
detenerme varias veces para tomar aire. Llegué a casa. Me tiré en el piso del
balcón mirando al cielo del atardecer. Tenía que verla, tenía que verla
urgente. Volver a besarla y no separarme nunca más de su lado. Nunca más.
Durante la cena no pude probar bocado,
pero mis padres estaban demasiado ocupados discutiendo sobre un tal Gonzalez
como para darse cuenta. Mi abuela, luego de la pastillita para dormir, apenas
si podía entender dónde estaba. Me fui a mi cuarto, no paraba de pensar en Julieta,
quise escribirle otra carta, pero todos mis intentos terminaron hechos un bollo
y en el suelo. Fui a acostarme. El techo no era el mejor aliado a mis
ganas de dormirme y despertar en la escuela al día siguiente. Pasada la
medianoche me di cuenta de que aquellos bollos de papel podían ser víctima de
la curiosidad de la doméstica de mi abuela- Marta por aquellos años, luego
vendría Gladys, cuando Marta conociera a un viejito simpático en el bingo de la
iglesia y se casara al siguiente verano- y consecuentemente producto del
chusmerío con mi abuela. Los junté y los mastiqué, uno por uno, pedazo por
pedazo, papel por papel. Un ataque de ansiedad, o de hambre, o de ambos me
alcanzó por sorpresa, atacaría la heladera. Así lo hice. Más que un atraco, fue
una masacre. Una botella de Pisco del bar del comedor y un jugo de naranja
colaborarían mutuamente para devolverme el sueño perdido.
Me desperté varias horas después,
babeado- todavía no entendía que acababa de conocer mi primer resaca- desorientado,
pasado el amanecer. De chico no usaba despertador, me levantaba automáticamente
al alba como por arte de magia, en esa época creía fervientemente en que
dormiría lo suficiente una vez muerto. Llegué al colegio temprano, antes que la
portera abriera la puerta. Cuando por
fin llegué al aula, me pareció que había pasado una eternidad entre que había
salido de casa y ese momento. Me senté en el fondo. Así me quedé todo el día,
calladito en el fondo. Julieta no fue a clases ese día.
¿¡¿Cómo podía no ir ese día al colegio?!?
Evidentemente, su padre había descubierto nuestro amor y le habría prohibido
ir. Se aparecería en el colegio, seguramente, en el despacho del director. No
zafaría de esa. Pero no iba a poder detener nuestro amor. Yo mataría al padre
de Julieta. No quedaba otro remedio, lamentablemente. Pero entonces, Julieta no
me amaría más, me odiaría, excepto que en secreto odiara al padre, entonces me
amaría... me estaba volviendo loco. Tenía que parar, tenía que parar. Eso era
una adicción. Estaba obsesionado. Si, era una adicción. Estaba obsesionado,
tenía que abandonarla urgentemente. A mi no me dominaba nada, ni nadie, menos
una mina, por más que la quisiera; menos una adicción, odiaba las adicciones
(de niño no fumaba, "ni lo haría nunca", dos atados por día como lo
hago ahora). Debía olvidarme de Julieta en ese mismo momento, en ese instante,
para siempre. Si, la dejaría yo. Para siempre. Y que llore ella.
Al día siguiente, llegué al colegio y
allí estaba ella paradita en la puerta. Pasé a su lado sin siquiera
saludarla. En la hora de matemáticas noté que me miraba, pero me hice el
distraído. Tuve que agarrar fuertemente el pupitre para no girar la cabeza
hacía esos ojos tan hermosos, pero lo logré. Esperaba que me llamen de
dirección, por ella o por lo del Oso Krosterboer. Pero eso nunca pasó. La
esquivé durante todo el primer recreo, todo lo que pude, pero ella me seguía.
En el segundo recreo de la tarde, me
encerré en el baño para que dejara de acecharme. Hice lo mismo en durante el
receso antes de Deporte. Pero la descarada terminó por entrar ni bien escuchó
sonar el timbre, mientras los demás corrían a las aulas, y me agarró de
sorpresa. Quise salir, pero se puso adelante. Tuve ganas de empujarla y salir
corriendo, me desesperé- “correte mierda que tengo tantas ganas de darte un
beso que te voy a pegar”- pensé, pero no pude, no con ella, a ella ni beso ni
piña, con ella solo estatua... "Me diste una flor y ahora te hacés el que
no me conocés"- me dijo mirándome a los ojos, sin vergüenza. Yo agaché la
cabeza, no podía mirarla, la besaría, o la golpearía, estaba a punto de llorar,
o gritar, o romper todos los sanitarios a puños y patadas. "Te amo- la
escuché decir... ¿o me lo estaba imaginando?- "te amo"- repitió-
"pero estás re loco y tenés que dejar que te ayude"- continuó
mientras yo seguía con la cabeza gacha golpeando con mi puño derecho la pared.
Ella no sabía nada sobre mí, cómo podía decir que estaba loco, no sabía nada
sobre mí. Intentó besarme, pero la aparté. “No sabes nada sobre mi”- pensé y
salí directo para el aula. Claro que se ofendió, se ofendió mucho, le había
cortado la cara. Pero ahora le tocaría sufrir a ella. Yo no sufriría más. Nunca
más sufriría por ella.
“Nunca más” duró unos cuatro o cinco
días, lo que tardó ella en dejar de preocuparse por mí. A la semana andaba
detrás de Julieta nuevamente, como un perro, siguiéndola a todos lados aunque
me tirara piedras. Le escribí una docena de cartas más, la llamé fingiendo ser
otra persona. La acosé al punto de espiarla por la ventana desde un árbol
cuando se iba a dormir, casi todas las noches. Me estaba muriendo de a poquito.
Casi no termino la primaria. Estaba tan irascible que creo que no dejé
compañero varón por golpear, siempre me dieron una escusa.
El último día del viaje de egresados,
volví a poner mis labios sobre los suyos. Toda una vida de miseria y
sufrimiento se calmó de repente. Era Romeo, era Cyrano, era Julio Cesar, era
Don quijote, era todos al mismo tiempo. Y no era nada, nada sin Julieta y por
un ratito la tuve de nuevo. Fue la última vez, cuando recuperé su amor y lo
volví a perder en la misma noche.
Después del viaje de egresados no
volveríamos a vernos nunca más, yo iría a un Católico y ella a un Lenguas Vivas.
Tenía que estar con ella antes de que termine el viaje. Y así fue. La última
noche del viaje de egresados volví a rescatarla de los brazos del chico lindo,
al cual golpearía después para que nunca jamás se volviera a acercar a ella tal
como le había advertido. La última noche salimos de la mano de aquel galpón
donde se celebraba el “baile de la última noche” (que valga la redundancia).
“Tengo que hablar con vos, es importante, es de vida o muerte, es ahora o
nunca”- le supliqué. Las estrellas…
brillaban azules a lo lejos como en el poema de Pablo Neruda. La apoyé de
espaldas contra la parte de atrás de una de las combis que nos trasladaban. Esa
vez si fui yo quien la besó, la besé hasta dejarla sin aire, casi literalmente.
Ella se estremeció contestándome con más besos. No eran solo nuestros labios
los que se fundían, sentí como se fundían nuestras almas en cada beso.
Disculpen que sea cursi, se fundían nuestros corazones. Nos revolcamos por el
rocío, sobre el pasto, hasta dar contra un arbusto a unos cien metros de la
camioneta. Exhaustos, nos quedamos un rato boca arriba mirando el
infinito. “Así es que se siente la felicidad”… pensé.
Debemos haber estado largo rato
inmóviles en esa posición, porque cuando nos incorporamos el baile había
llegado a su fin. Quiso ir a despedirse de los demás compañeros, era la última
noche- si, ya lo he dicho muchas veces- muchos de nosotros no nos veríamos
nunca más. Me dio rabia, celos, bronca, la quería para mi solo, yo existía solo
para ella. Terminamos en el cuarto del chico lindo- otra vez el mismo salame
hijo de puta chico lindo- que volvía de
"cortar" por décima vez con Carolina y estaba triste... me aguanté el
teatro no más de quince minutos, hasta que Julieta se conmovió y apoyó una mano
sobre su hombro. Lo tomé de los pelos, ya era hora, “basta”, lo saqué afuera e hice lo que ya dije que
hice. Luego seguí por su mejor amigo, y con los otros dos compañeros de cuarto
por las dudas. ¿Dónde habrán estado los celadores? supongo que dándosela entre
ellos ya que nunca aparecieron.
Yo sentí que finalmente había hecho justicia.
Que había vengado años de cargadas y eso que hoy le dicen bullying por parte de
estos cuatro fantásticos y que encima querían interponerse en nuestro amor.
Julieta no lo entendió así y no quiso escuchar mis explicaciones. De hecho,
nunca volvería a contestarme la palabra, ni escrita, ni por teléfono ni mucho
menos en persona. Jamás de los Jamases. “Estoy muerta para vos”- fueron sus
últimas palabras junto a- “porque vos estás muerto para mi”.
Ciertamente debí haber muerto, con el
suicidio como causa. Suicidio pasional. Pero tuve suerte, mala o buena depende
de dónde y quién lo mire, cada vez que lo intenté. Lo intenté varias veces
aquel fin de año. Empezó entonces 1990. Un verano de mierda, triste, mi primer
verano sin ella. De cuantas cartas escribí, en algún momento perdí la cuenta.
Tampoco recuerdo exactamente qué decían, mucho de Becker, algo de Neruda, algo
de algún cantautor español. Si recuerdo firmar siempre con la misma frase:
“Desde el purgatorio, hasta que me devuelvas a la vida, tuyo y siquiera mío…
Martín”… fuerte para mis casi 13.
Ya no sería un niño nunca más, cómo
serlo, si ya me había muerto dos veces. Pero habría sin dudas de volver a
renacer.
Aquel otro verano, el de 1990, será
recordado por ser el verano más triste de mi vida. Pero también por ser el
verano donde me pasó mi primer “lo mejor que me pasó en la vida”. Y tuvo que
ver con Roxana, una domestica de refuerzo de la casa quinta de mi abuela, la
pileta, un traje de baño rojo con mucho escote, por demás ajustado, y mi slip
de natación que comenzó a quedarme chico justo a partir de aquella ocasión.
Pero esa es otra historia, quizás
retome y la cuente más adelante, o quizás no.
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